CAPÍTULO 12

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Apoyo mis codos en la mesa y cubro mi rostro con las manos

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Apoyo mis codos en la mesa y cubro mi rostro con las manos.

Abandona mis pechos y mi cintura.

Dejo de sentir sus calientes manos y me quedo helada.

—Acostúmbrate, Leticia —comenta Óscar risueño—, no va a ser la primera vez que Fernando te haga chillar, es más, te aseguro que chillarás mucho más fuerte.

Alcanzo las fuerzas de mis más profundas entrañas para alzar mi vista y sonreírle.

—Lo siento —digo avergonzada—. Lo siento mucho —insisto.

Barro con la mirada a todos los que están sentados en la mesa; tienen una sonrisa dibujada en sus rostros, a excepción de Daniela, que me regala su mejor cara de asco.

—Leticia, no seas tonta —me dice Fernando en voz alta—. No tienes por qué sentir, sentir placer.

Mi pudor es atenuado por la ternura y la seducción que tiñe su voz.

Me giro hacia atrás y busco complacida sus ojos.

—Quiero pasear, necesito tomar aire.

—De acuerdo. Mariza y Ana te acompañarán. —Fernando observa a Óscar y con la mirada confirma sus palabras.

Con disimulo, bajo mi vestido hasta mis rodillas y me levanto de su regazo.

—En un rato iré a por ti —continúa, después mira a Ana—. Iros por el sendero del valle.

Ella asiente.

Las dos se levantan de sus bajos taburetes y cada una me agarra de un brazo.

La cocina tiene una puerta directa al jardín y salimos por ella.

Pisamos el jardín y abandonamos la estancia.

—Cuéntanos todo. —Mariza se frota las manos—. Cuéntanos qué cositas hiciste anoche con Fernando —insiste.

En este instante estoy absorbida por el lienzo que se dibuja ante mis ojos. El paisaje bajo la luz del sol es mucho más impresionante. Todos los colores se pelean por destacar en intensidad verde, amarilla, roja... Estoy envuelta en un arcoíris de vida. Todos se funden y crean unos de los paisajes más hermosos vistos tan solo en cuadros o en obras de arte. La leve brisa purifica mis pulmones y la alegría se instala en mi pecho de forma automática.

—Sí, cuéntanos, Leticia —alienta Ana mientras me dirige camino a la espesura del bosque.

«¿Qué puedo contarles? ¿Qué esperan escuchar? ¿Qué cositas son las que Fernando hace con sus sumisas?».

Me tiro al precipicio sin permitirme un segundo pensamiento y tan solo digo mi verdad.

—¡Dios! Consigue que me ponga a mil. —Me río con una risa nerviosa. La sinceridad brota de mi garganta, pero no es una conversación en la que me siente nada cómoda—. Tan solo tengo una duda. —Tomo fuerzas para expulsarla al aire. Les sorprenderá, pero no me contengo, mi curiosidad pesa más que el asombro que pueda producirles—. Me acarició con sus manos hasta llevarme a, ya sabéis, al clímax, pero después no continuó, solo me dio placer a mí y ya. —Me quedo en silencio diseccionando sus gestos. Ahora, tras su intenso silencio, temo a sus reacciones.

HUNDIDA EN TU OSCURIDAD © (En físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora