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Japón Feudal
Quirkless AU—!

Japón FeudalQuirkless AU—!

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Su vida era miserable.

Una monotonía increíble en la que poco a poco sentía que se apagaba. No importaban las joyas, los lujos, las sedas finas decoradas con perlas y bordadas con oro, regalos enormes junto a hurnas carísimas traídas desde las tierras más lejanas y desconocidas.

—Hija, estás siendo malagradecida. —comentó notando cómo los sirvientes.

—Claro que no. —respondió la azabache, acariciando las sedas de colores que se encontraban en un estante.

—Pero debes casarte. —suspiró Jun, imitando la acción de su primogénita mientras se encaminaban hacia el patio principal.

—Ya...—gruñó.—Todos los hombres que vienen piensan que solo soy un objeto, una inútil y tonta.

El azabache, apenado, notó cómo se alejaba para ir hacia su habitación. Sin volver a mirarlo.

Los sirvientes reverenciaban a la princesa que pasaba frente a ellos, retomando otra vez sus labores diarias de limpieza y protección hacia la realeza.
Estaba cansada de que cada día, un nuevo hombre se acercaba a ella para pretenderla, lamentablemente, todos eran cortados por la misma tijera.
Idiotas, comentarios bastante desagradables hacia su persona, comportamientos infantiles que solo le daban arcadas, tocamientos que no eran permitidos por ella solo terminaban en los guardias sacándolo a patadas de su hogar.

Estaba hostigada, triste de que su única función sea casarse con un hombre horrible y desconocido.

Pero... Él.

Observó la pequeña flor de tonos naranja que posaba en su tocador, rodeada de joyas, perfumes y maquillajes. La clivia aún se mantenía hermosa, tanto como el día que se le fue otorgada entre manos bajo la luna llena.

Pst.

Un susurro se escuchó por el balcón, tras otro que buscaba la atención de la princesa.
Corrió hasta apoyar sus manos en el barandal de madera oscura, notando una cabellera ceniza asomándose por aquel lugar.

—¡Bakugō! —sonrió la menor, haciéndose a un lado para que el contrario de un brinco llegará a su piso.

Acomodándose las ropas, sacudiéndose el polvo fue abrazado rápidamente por la princesa. Acarició su cabellera puntiaguda y desordenada, aspirando el aroma varonil que Katsuki le proporcionaba cada vez que la visitaba a escondidas.
Solo él podía pintar su vida de un color precioso. Un rojo intenso y brillante como sus ojos, aquellos que siempre eran su salvación ante tales situaciones entre los reales.

Su cara estaba sudada y algo sucia, pero aquello no le importó a la azabache que lo besó dulcemente en los labios, extrañando al chico de su pueblo, el cual trabajaba con sus padres en el mercado común que se encontraba justo al centro de la ciudad.

𝐁𝐚𝐤𝐮𝐠𝐨 𝐊𝐚𝐭𝐬𝐮𝐤𝐢→𝐞𝐬𝐜𝐞𝐧𝐚𝐫𝐢𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora