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-¡Katsuki! -gritó la madre del mismo.
El cenizo abrió los ojos lentamente, estirándose mientras se levantaba de su cama, salió de su habitación con el torso desnudo, dejando ver sus tatuajes, collares y cicatrices. Caminó perezoso hasta los provenientes gritos de su madre, quien estaba en la entrada del imponente lugar donde vivían. Cercano a las montañas, rodeados de las demás viviendas de su tribu.
Se encontró con un corcel blanco como la nieve que caía en invierno, montado en el mismo el también futuro gobernante.
-¿Mitad bastardo? -habló el Bakugō menor acercándose a él, recibiendo un golpe en la cabeza por parte de su progenitora.
-No seas descortés con el príncipe.
Katsuki puso los ojos en blanco, recibiendo otro golpe.
-Me llegaron los rumores que trajiste a una muchacha herida aquí. -habló el bicolor bajando de su caballo.
-¿Tu noviecita la loca? Si, dile que se ponga ropa más a menudo. -dijo el oji rojo con sorna, colocando ambas manos en sus caderas.
Desvió su vista hacia unos caballeros que eran del Todoroki heredero, rechistó burlándose.
Este niño no se puede cuidar solo.
Pensó Katsuki mientras los bebés dragones olían curiosos a un caballero de anteojos, y una pelinegra que veía con temor a los reptiles.
-Que clase de caballeros tienes... -susurró acercándose a los armados, llamando a los pequeños reptiles. Los cuales corrieron hacia él.
-¿Dónde está? -preguntó el príncipe refiriéndose a la azabache.
-Descansando, fue envenenada cuando un demonio de mierda nos atacó. -frunció el ceño mientras le hacía cariño al pequeño dragón.
-Puede pasar a verla si quiere. -dijo Mitsuki quien seguía presente.
Su hijo la fulminó con la mirada.
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