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—¡Eres igual que el idiota de Deku! —rió el cenizo arrojando la mochila color menta al suelo, provocando que las cosas de dentro se salieran de sitio y cayeran en todo el piso
La azabache se agachó para recoger sus cosas, pero el desastre provocado se le hacía algo incómodo.
—Eres muy tonta —se mofó uno de los cómplices del explosivo, arrojándole unos papeles arrugados en la cabeza
La chica solo hizo una mueca de disgusto, dispuesta a hablar para que pudieran irse y dejarla sola con sus cosas.
—Para, por favor. —pidió aún tratando de poner en orden sus cuadernos y lápices.
—¿Ah? ¿Acaso vas a llorar? —un tercero del grupo contestó pateando la mochila que se alejó de Hanabi.
Bakugō se acercó a la puerta del salón, para luego ir donde sus compañeros.
—Mierda, que viene un profesor. Hora de irnos. —ordenó cogiendo su propia mochila.
Los dos anteriores desaparecieron como alma que lleva el diablo, escuchando los pasos alejarse a lo largo del pasillo para que luego reinase el silencio. El cenizo suspiró, agachándose hacia la menor que juntaba las hojas y las ordenaba con tranquilidad.
—Ten. —le extendió un par de los libros que llevaban el apellido ajeno
—Gracias. —contestó recibiendo amablemente, colocándolos en el piso en ese orden y encima las hojas ya perfectamente alineadas.
Sin decir otra cosa, Katsuki se dispuso a ayudarla con el desorden provocado por él mismo y sus otros dos compañeros. Hanabi no entendía el comportamiento tan raro del explosivo.
Cuando estaba rodeado de gente, era el más cretino de la historia con ella y otras personas. Pero al estar solo, sus gritos disminuían, la ayuda y era más amable.
¿Acaso es bipolar?
Se dijo a ella misma apartando la mano al tiro por tocar la de Bakugō sin querer.
—Perdón. —agachó la cabeza cogiendo el último libro, poniéndose de pie y caminar hasta donde se encontraba su mochila.
Seguido, guardar sus pertenencias y verificar que nada le faltase o estuviera roto, pero casi nunca tenía tanta suerte. Una vez con la mochila cerrada y puesta, Bakugō habló.
