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Bakugō asistió un día después del inicio de clases, se le había caído el desayuno encima y estuvo tan enojado que no salió de su habitación en todo el día.
—Me llamo Katsuki Bakugō. —se presentó el cenizo frunciendo el ceño, llamando la atención de todos los alumnos presentes en la clase.
—Espero que todos reciban a Bakugō como uno más. —habló el tutor de cabellos azabache, quien estaba al las de un rubio demacrado y delgado.
Katsuki notó que en los mandiles color cielo que los adultos llevaban, habían pollitos redondos bordados. Iba a hacer un comentario, pero se lo guardó a recordar las amenazas de su madre mientras alzaba una sandalia.
La melena peliverde que lo atormentaba estaba al lado de una cabellera bicolor. Chasqueó la lengua mientras pensaba en como fastidiar al de ojos esmeralda que hablaba con un niño de cabello negro.
—Siéntate al lado de Kirishima. —el azabache de ojeras indicó, a la par que un pelinegro de ojos al igual que él levantaba la mano y sonreía.
Había un rubio al que le faltaba el diente junto a un pelinegro de codos raros junto al tal Kirishima.
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Izuku se veía más nervioso que ayer. Eso se le hizo raro tanto a Todoroki como a Yoshida que solo se miraron sin tener una respuesta.
—¿Conoces al niño? —preguntó la de ojos ámbar refiriéndose a Bakugō.
Midoriya asintió.
—Somos amigos desde muy pequeños... —balbuceó el pequeño de rizos jugueteando con sus manos.
—Ah... —respondió Todoroki. Para tener nueve años, era más borde que los adultos encargados de la clase.
