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Shinsō Hitoshi logró entrar a la clase 2-A, gracias a su prueba superada para así conseguir su transferencia oficial. Todos lo recibieron amenamente, pues ya era parte de ellos, un integrante más a la pequeña familia que los jóvenes habían formado poco a poco. Si bien, en un principio se mostraba ciertamente asocial con todos, fue inevitable no unirse a los estudiantes.

Su mano se movió con rapidez de arriba hacia abajo, provocando que los cabellos morados se movieran por el viento que provocaba con sus dedos. Es que a simple vista, los mechones del ojeroso compañeros se veían tan sedosos y suaves; dicha de tenerlo sentado frente a él, pues cada que un viento leve recorría el aula, las hebras violáceas se balanceaban.

Aunque a veces recibía miradas de reproche por parte del muchacho, ella agachaba la cola y susurraba algunas disculpas por lo ocurrido.

---Shinsō. ---la azabache lo llamó sutilmente.

---¿Hm?--- respondió con cierto desinterés, pues seguía escribiendo lo que estaba en el pizarrón verde.

---¿Me dejas tocar tu cabello?--- preguntó esperando algo de quien se sentaba frente a ella.

---Sí, claro.

En realidad, Hitoshi no le estaba prestando atención, así que para que dejara de distraerlo, aceptó sin analizar la petición.

Su felina cola se meneó de un lado a otro, volviendo a su jugueteo inocente, pero como la curiosidad le ganó siempre al gato, no dudó en llevar las yemas de sus dedos al cuero cabelludo del joven violáceo, comprobando por fin, que los mechones del mismo color de sus ojos, eran exactamente como ella pensaba. Por su parte, Shinsō sintió una relajación increíble cuando los dedos de su compañera husmeaban entre sus cabellos desordenados, suspiró ante ello, no estaba mal a decir verdad, era agradable. Pero no duró mucho, ya que la chica había vuelto al jugueteo con las puntas de su cabellera.

Cierto cenizo, por su parte, veía todo desde su sitio, el cual estaba al otro lado del salón. Y no sabía el motivo en sí, no sabía lo que significaba aquella amargura en él cuando se daba cuenta que Hanabi jugaba como una niña con él. Una muchacha como ella... Tan sonriente, amable, la cual adoraba los pockys de fresas y siempre le ofrecía uno con la misma sonrisa característica de todos los días, incluso cuando todas veces, obtenía una negativa por parte de Katsuki; ella le extendía uno sin importar su mal humor.

Y es que me gustas, tonta.

Resopló y volvió sus ojos hacia los apuntes en su cuaderno.

El fuerte sonido de la madera y metal en el piso hizo que todos se sobresaltaran y dirigieran su mirada hacia el lugar donde fue provocado. No era nada más y nada menos que la de ojos oro en el piso, persiguiendo una pelota morada de un lado a otro como un mismísimo gato.

𝐁𝐚𝐤𝐮𝐠𝐨 𝐊𝐚𝐭𝐬𝐮𝐤𝐢→𝐞𝐬𝐜𝐞𝐧𝐚𝐫𝐢𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora