Capítulo 30

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**EZEQUIEL**

Me entero por mi padre que Lucia ya está viviendo en el piso. ¿Cuándo hemos dejado de contarnos las cosas? Ni cuando me he marchado fuera varias semanas hemos dejado de hablarnos, siempre nos hemos llamado al menos un par de veces por semana. Nuestra amistad ha estado por encima de todo. ¿Que ha cambiado? Ella. Nil. Ese chico. El sexo. Si, eso es. El sexo la ha cambiado.
***
Dos horas después, estoy en la puerta de su piso. Cargado de bolsas. Llamo al interfono con la esperanza de que esté ahí. Para no fastidiar la sorpresa no he querido llamarla antes y... joder, espero que esté en casa.
— ¿Quien es?—
— Rubia... — Le digo.
— Eze... — Está realmente sorprendida. Lo sé por como pronuncia mi nombre y porque después no dice nada más.
— ¿No me vas a invitar a subir? — El sonido de la puerta me hace saber que me deja pasar. Empujo la puerta, entro, como el ascensor está ocupado y me muero de ganas de verla ya, subo por las escaleras.
Cuando llego arriba, la puerta está cerrada, así que llamo al timbre. Enseguida me abre, como si estuviera junto a la puerta esperándome.
— Hola... — le digo nada más verla.
— Hola — me responde toda sonrojada. Esta es mi rubia joder — ¿Que es todo esto? — Me pregunta mirándome las manos.
Entro, sin que ella me haga pasar. Estas chorradas las dejo para quien no la conozca, ella y yo somos amigos.
— Pues todo es para ti — Lo dejo todo sobre el sofá. Vaya el piso es precioso. Lo miro todo y doy una vuelta sobre mi mismo para poder verlo bien. Silbo — Que buen gusto Lucia — Le digo.
— El mérito es de mi madre — Y suyo. Que le cuesta reconocer las cosas.
— Bueno... ¿no vas a abrir las cosas que te he traído? — Se acerca entusiasmada al sofá y coge la primera bolsa. Hay cinco. Como no se de prisa, nos dan las uvas.
De la primera bolsa saca unas velas en cuanto las ve se le ilumina la cara, no se cuantas veces hemos entrado en esa tienda y cuantas veces ha olido la misma vela de muestra y al pedirla siempre le han dicho que estaba agotada.
— ¿Como la has conseguido?—
— Uno tiene sus encantos — le digo guiñándole el ojo — sigue abriendo rubia, que tengo hambre -- son las 10 pasadas y no he cenado y pretendo que me invite a cenar.
De la otra bolsa saca 7 camisetas mías, de las de mi colección, las que ahora se están vendiendo en Springfield, las revisa una a una, que pone en cada una de ellas y toca la tela. Veo como las analiza.
— ¿Qué? ¿Les das el visto bueno? — Le pregunto cuando me parece que está tardando una eternidad. Me mira.
— Uau... son increíbles. Han quedado de maravilla. Siento haberme perdido el lanzamiento — su cara cambia de la felicidad a la tristeza en décimas de segundo así que me acerco a ella y le cojo la cara, no puedo verla así, y más últimamente, no sé que ha cambiando en mi, pero se me remueve algo por dentro cada vez que la veo mal.
— Pero si casi no voy ni yo... Ts, fue una chorrada rubia — le digo para restarle importancia, aunque la verdad es que la eché mucho de menos a mi lado— la cosa es que te he traído una para cada día — veo como arruga la nariz y me da la risa —para dormir Lucia, se que no usas pijama... pues ya tienes uno para cada noche — ahora quien se ríe es ella.
Sigue abriendo, ya solo quedan tres, de la tercera saca un bote gigante de cocalao y en cuanto lo ve empieza a reírse con fuerza, la miro, verla así me llena el alma.
— Esto no puede faltarle a mi rubia... — le digo. Me mira. Nuestras miradas se cruzan y por un momento creo sentir algo. Un algo que nunca había sentido. Pero lo desecho rápido — Vamos sigue abriendo Lucia que tengo hambre... y quiero pedir la cena ya— Lucia me mira enfadada y me increpa.
— Joder Eze, con las prisas... pídela mientras lo abro. —
— No... quiero ver tu cara, estás dejando lo mejor para el final y quiero ver tu cara —le digo.
En cuanto se pone a abrir la última empiezo a ponerme nervioso y a plantearme que quizá ha sido mala idea hacerlo. Abre la bolsa, que cuidadosamente elegí, a juego, las 5, para que no pudiera saber que regalo contenía cada una, y dentro, envolví cada cosa con el mismo papel. Entre las vueltas que tuve que dar, y luego envolverlo todo, estuve dos horas, dos horas de los nervios por venir a verla ya. Dos horas sufriendo por si cuando llegase estaría acompañada o simplemente no estaría. Por suerte, de momento todo está saliendo bien. No quisiera fastidiarlo.
Coge la caja que hay dentro de la bolsa, la mira, la curiosea y luego me mira a mi. Me va a estallar el corazón. Rasga el papel y en cuanto lo hace y vislumbra lo que es su gesto cambia. Horror, porque no consigo leer que cojones dice con su cara. No me mira. Mira la caja. La mueve, la gira, la mira de un lado a otro. Lee lo que pone. No sé que decir. Creo que la he cagado.
— Vale, dámelo... lo devuelvo — Digo sin más. Voy a cogérselo que Lucia lo alza y no deja que se lo coja.  Me mira.
— Rita rita, lo que se da no se quita — La miro. Me mira. Nos miramos unos segundos y estallamos en risas incontrolables unos largos minutos. Ni sabemos porqué. Al menos yo no tengo ni puta idea.
Quizá el hecho de verla con el vibrador en la mano sea un aliciente. Que se yo. Pero cuando por fin recuperamos el aire, y nuestras fuerzas, la veo sujetarse la barriga quejándose del dolor por la tremenda risa.
— Eze... — me dice seriamente. Ala, ya está, ya le ha cagado — es que nunca he usado ninguno — Si es que ya sabía yo, que mi rubia seguía en alguna parte.—
Me abalanzo sobre ella y la abrazo. La pilla por sorpresa, pero como la elevo del suelo, enseguida abre sus piernas y se coge a mis caderas. La aprieto fuerte contra mi. Estoy seguro de que no sabe porque lo hago, ni que me pasa. Me da igual. Ahora mismo necesitaba mucho un abrazo suyo. Sentirla. Tenerla. Tocarla. Joder si... tocarla. Olerla. La respiro. Huele bien. Se ha duchado hace poco y su pelo huele a melocotón. Me encanta cuando usa ese champú, lleva usándolo tantos años que no puedo comerme un melocotón sin pensar en ella. Me niego a soltarla y se lo hago saber apretándola fuerte.
— Eze... — me susurra en la oreja — ¿Te pasa algo?—
No, no se lo puedo decir. No le puedo decir lo que ni yo mismo entiendo. No puedo entender porque mi cuerpo ahora está así por ella. Porque mi cabeza no para de pensar en ella. Porque mi corazón ahora solo late por ella. ¿Que ha cambiado? ¿Acaso solo es porque otro la tiene?
No me puedo permitir ser egoísta con Lucia, porque aunque no fuese amor de verdad lo que sienta, quererla si la quiero. Lucas fue claro conmigo cuando me dijo que todo esto que yo sentía por Lucia no era más que la rabieta de un niño pequeño porque le habían quitado el juguete con el que no jugaba, al que no prestaba atención y al que ahora si quería. No lo quise ver, no le quise dar la razón. Pero... ¿y si la tiene?
¿Y si yo ahora le digo a Lucia que la quiero y que la necesito y cuando la tengo hago lo mismo que con todas esas chicas con las que me acuesto?
Tal y como lo digo desecho la idea de la cabeza. Es Lucia. Nunca va a ser como esas chicas con las que me acuesto.
— Nada rubia... que te echaba de menos — la suelto aunque a regañadientes, saco el móvil del bolsillo y mientras busco la app para pedir comida a domicilio le pregunto— ¿Qué te apetece cenar?—
— Guarradas por favor.—
— Pizza barbacoa para la señorina — le digo con acento italiano, se ríe. La puta sonrisa más bonita del planeta.
Mientras llegan las pizzas, salimos a la terraza, me tumbo sobre el césped con un cojín en la cabeza y me enciendo un cigarillo. Para mi sorpresa Lucia me lo quita cuando lo tengo en los labios y lo apaga. Levanto un poco la cabeza y lo miro incrédula. Es la primera vez que me hace esto. ¿Que mosca le ha picado?
— ¿Que haces?—
— Odio que fumes — Me dice — Y esta es mi casa... mis normas — ¿No le gusta que fume? No tenía ni idea.
— ¿Porqué nunca me has dicho nada? — Me incorporo y apoyo la espalda en la pared para poder verla mejor, ella está sentada en un sillón de mimbre blanco que hay en la terraza junto a una pequeña mesa auxiliar.
— Porque no es de mi incumbencia — Tiene razón, pero me hubiera gustado saberlo.

Descubriendo a LuciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora