Sangre

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Tenía la piel de gallina, aún con la agradable temperatura de junio. No había dejado de temblar desde que llegaran al polideportivo donde se realizaba el torneo. Estaba tan nerviosa que no paraba de dar pequeños saltos en un intento por eliminar el estrés.

- Aura, en serio, soy yo la que va a pelear. Estate quieta de una vez – dijo su hermana poniendo los ojos en blanco.

Aura la ignoró. No entendía como Adrasteia podía estar tan tranquila. Ella casi no había dormido en toda la noche por temor a lo que pudiera pasarle en el ring.

Su padre le dio un abrazo rápido en un intento por consolarla.

- Confía en tu hermana. Está más que preparada. Ya lo verás.

Aura quería créele. Pero hasta que no viera a su hermana intacta tras el combate no estaba dispuesta a relajarse. Tenía decidido que, si la cosa se ponía fea, detendría el combate. No iba a arriesgarse a que Adrasteia acabara en una cama para siempre.

La rival de Adrasteia era una chica de quince años algo más alta y corpulenta que ella. Además, cuando la vio lanzar un par de golpes al aire, le pareció lo bastante fuerte como para dejarla k.o.

- Creo que no deberías pelear – dijo agarrándola del brazo para que la mirara.

Los ojos de Adrasteia estaban impasibles. Tan serenos como un mar en calma. No había duda en ellos, si no una férrea determinación.

- Te quiero hermanita – admitió tomándola de la mano -, pero a veces eres un coñazo.

Siguiendo la petición de su padre, Aura fue a sentarse a las gradas. Las piernas le temblaban y se le había quedado la boca seca. El árbitro presentó a las competidoras, y su hermana entró en el ring alzando los brazos al público que la aplaudía. Aunque estos parecieron suaves bitores cuando subió Estefanía.

Aura rezó a un Dios que no conocía y contuvo el aliento cuando sonó la campana.

Estefanía comenzó con un fuerte ataque que obligó a Adrasteia a mantenerse en la defensiva. Golpe tras golpe la hacía bailar por todo el ring. La gente coreaba y animaba, pero Aura sabía que su hermana no escuchaba nada. Tenía la vista enfocada en su oponente. La guardia alzada, el cuerpo colocado como les había enseñado su padre y simplemente se limitó a esperar. Y esperar, ya estaba acabando el primer asaltó cuando se movió con tal celeridad que Estefanía ni siquiera vio venir el golpe. Le acertó de lleno en la cara y no esperó ni un segundo para lanzarle una rápida combinación de golpes. Fuerte, contundente, tal y como le había visto practicar decenas de veces en el gimnasio. Estefanía cayó al suelo, y Adrasteia se alejó antes incluso de que se lo ordenara el árbitro. Aún con el protector en la cabeza, Adrasteia había logrado que le sangrara la nariz. El combate terminó en ese instante con la primera victoria de Adrasteia.

Aura no fue capaz de bajar a felicitar a su hermana. Solo podía pensar en la visión de la sangre de Estefanía. Pasó una hora antes del siguiente enfrentamiento con una chica llamada María. Esta era un poco más baja que Adrasteia, pero resultó ser increíblemente rápida. Su hermana tuvo que aguantar varios golpes en el abdomen y un fuerte derechazo en la sien antes de que terminara el primer tiempo. Su padre le colocó una silla y le dio de beber algo de agua mientras le susurraba al oído. Aura no estaba segura de qué podría aconsejarle para ganar aquella pelea. Hasta el momento, María la había mantenido a raya y apenas le había dejado hueco por el que penetrar en su área.

Con el sonido de la campana, se inauguró el segundo asalto. María ni siquiera tuvo tiempo a reaccionar. Adrasteia hizo lo que a Aura le pareció un intento de sentadilla que utilizó para impulsarse a toda velocidad hasta colarse en el área de María. El puño de su hermana impactó con una fuerza monstruosa justo en la mandíbula de María. De no haber sido por el protector que llevaban en la boca, Aura estaba segura de que le habría roto algún diente. María cayó al suelo mareada, y el árbitro intervino al instante. Un par de palabras con la chica y los gritos de su entrenadora, y terminó el combate.

Fue necesario otra pelea más antes de que su hermana se coronara campeona. Le dieron una copa y un premio de doscientos euros que estaba segura de que acabaría gastando en un par de guantes nuevos o unas zapatillas. Finalmente se acercó a ella para darle un tímido abrazo, todavía incómoda por todo lo que la había visto hacer.

- Enhorabuena, has estado genial – dijo forzando una sonrisa.

Adrasteia asintió, pero no añadió nada más.

Su padre las llevó a una pizzería a cenar. Habían estado todo el día metidas en aquel lugar, y solo habían tomado un sándwich.

- Has estado espectacular Adrasteia. Estoy muy orgulloso de ti.

- Gracias, papá.

- He hablado con algunos entrenadores y estarían encantados de que te unieras a la federación. Están preparando al próximo equipo que representará a España a nivel europeo y tú podrías formar parte de él si quieres.

- Suena genial – comentó Adrasteia mientras engullía su pizza.

- ¿No te hace ilusión cariño?

Aura ya había notado lo callada que estaba su hermana. Aunque fácilmente podía achacarlo al agotamiento. Pero se la veía muy desanimada para haber ganado el torneo.

- Necesito pensármelo. Es una gran responsabilidad.

- ¿Creía que este era tu sueño?

- Y lo es papá, es solo que – dijo con la voz entrecortada -, no sé si valgo para esto.

- ¿A qué te refieres?

Aura observó impresionada el brillo en los ojos de su hermana.

- Ha sido horrible papá. Golpear a aquellas chicas me ha parecido inhumano. Cuando vi sangrar a Estefanía por culpa de mi puñetazo, me he sentido el ser más miserable del mundo.

Su padre se levantó para abrazarla inmediatamente. Como la niña que era, Aura observó aliviada como su hermana se aferraba a su padre en busca de consuelo.

- Si es así como te sientes, no tienes que volver a competir – dijo su padre acariciándole el cabello.

- ¿No te enfadas conmigo?

- ¿Enfadarme? – suspiró su padre apartándola para que lo mirara -. Estoy hasta aliviado. Que te guste entrenar, no significa que obligatoriamente debas competir. Me tranquiliza saber que te estoy preparando para protegerte de los peligros de la vida. Y competir sería como correr a buscarlos. No te preocupes, no podrías decepcionarme cariño.

Con aquellas palabras, Adrasteia volvió a sonreír. 

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