Sexo

130 8 0
                                    

Adrasteia no quiso saber nada del boxeo durante dos semanas. Se limitaba a salir a correr por el barrio hasta que la fatiga la obligaba a detenerse. Después continuaba un poco más buscando el dolor que la hacía olvidar la mierda que llevaba dentro.

No contestó las llamadas de su padre, ni revisó sus mensajes. Para ella estaba muerto. Tanto o más de lo que lo estaba su madre. Su hermana no parecía estar mucho más animada que ella. Corría a su lado cada tarde sin decir ni una palabra. La desgraciada demostró tener mucha más resistencia que ella en carrera. Pero mantenía el rostro tan inexpresivo que le daba miedo preguntarle si era capaz de captar algo de lo que ella estaba sufriendo. Sabía que, en el fondo, Aura poseía una fortaleza arrolladora. Se lo había demostrado al plantarle cara a su padre cuando este le dio la bofetada. Ella quería empaparse de esa fuerza. La necesitaba, pero lo que hizo fue correr a los brazos de Partidas en busca de consuelo. Y este se lo dio en altas dosis de sexo.

Al principio se había limitado a tocarla con más brusquedad que delicadeza aguardando a que se calentara. Aquellas caricias en su sexo eran duras y tan molestas que incluso extrañaba las torturas de José en los entrenamientos. Ella no estaba segura de si aquello debía ser así, pero como Partidas era el que tenía experiencia en ese campo, le dejó hacer. Al igual que lo dejó metérsela de una sola estocada hasta el fondo de sus entrañas. El dolor fue macabro. Como un fuerte puñetazo en el abdomen. Puede que incluso peor. Y cuando comenzó a moverse entre jadeos y suspiros aplastándola contra el colchón, tuvo que apretar los labios con fuerza para no gritar.

No le contó nada de aquello a su hermana. Era una tortura a la que se sometía voluntaria cada vez que Partidas quería. Aunque odiaba cada instante. Al principio había encontrado cierto consuelo en sus caricias. Con el tiempo, el mínimo roce de sus dedos sobre su piel conseguía tensarla a la espera del sufrimiento que se avecinaba.

A Partidas le encantaba follarla a cuatro patas. Según él, en aquella posición, podía verle el culo y azotarla. Y vaya si lo hacía. Adrasteia aprovechaba la almohada o el colchón para ocultar su rostro mientras rogaba porque terminara pronto.

La última fase, fueron las mamadas. Decir que aquello la asqueaba, era quedarse corta. Si el sabor de su boca era desagradable, su miembro era otro mundo. Hasta su olor la repelía. Pero al menos no le dolía. Aparte de asfixiarse y entrarle arcadas cuando Partidas le exigía mayor profundidad, era bastante llevadero.

Pero, aunque lo que sucedía en el dormitorio era una mierda para Adrasteia, en la calle era una protección. Nadie osaba meterse con ella. Todos sabían que era la novia de Partidas, y eso se respetaba. Lo acompañaba a todas las batallas con sus colegas. Incluso fueron juntos a una batalla de gallos que se celebró en Madrid. Para Adrasteia fue como vivir un sueño. Para Partidas, el reflejo de su futuro.

Las chicas que siempre la habían odiado, intentaban a duras penas ser sus amigas. Por más que las ignorara, seguían arrastrándose para conseguir entrar en el grupo. Nunca las dejó.

Aura en cambio había empezado a quedar después de clase con varias de sus compañeras. Todos sabían que eran hermanas, pero tal y como Adrasteia había deseado, no las comparaban. Eran como dos universos paralelos que se encontraban al salir de clases.

NÉMESISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora