Corre

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Llevaba seis días sin salir de casa. La fiebre había desaparecido, pero no su malestar. Se sentía débil y enferma. Aura había tratado de sacarla de la cama, pero a cabezota no la ganaba nadie. No había hecho otra cosa más allá de ver películas y autocompadecerse.

Una pequeña parte de ella disfrutaba pensando en el sufrimiento que habrían padecido las dos idiotas que se acostaron con él. Por no hablar de la paliza que le había dado su hermana. Por lo que tenía entendido, había sido necesario llevarlo al hospital por las magulladuras en las costillas. Con un poco de suerte, se le perforaría un pulmón y moriría de un derrame interno.

Su padre había vuelto a escribirle para preguntarle por lo ocurrido. Quería saber cómo se sentía y si podía ayudarla en algo. Adrasteia casi se había reído al leer sus mensajes. Mucha preocupación, en apariencia, pero no había sido capaz de ir a verlas ni una sola vez. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de luchar por recuperar la relación que tenían. Y ahora un idiota le ponía los cuernos. Un idiota al que todos conocían y admiraban. Ella quedaría como la pobre cornuda que no supo complacer a su novio. Y él, como el machito que todos consideraban que era.

Adrasteia suspiró. La alarma de su móvil acababa de sonar. Era momento de comprobar cómo le iba a su hermana. El entrenamiento debía estar a punto de acabar. Le mandó un mensaje y aguardó. Probablemente estaba luchando con sus guantes. Pasaron varios minutos, pero continuó esperando. Su mente hacía cálculos mentales. La clase duraba una hora y media, entre volver por sus cosas, quitarse los guantes, tal vez beber agua, cambiarse... Hacía cálculo tras cálculo, pero ya habían pasado veinte minutos y su hermana no había contestado. Nerviosa, ascendió por el chat hasta la ubicación a tiempo real que le había mandado ese día.

Un escalofrío helado y nauseabundo se apoderó de su cuerpo. No solo no estaba en el gimnasio, si no que encima se encontraba a una hora de distancia de casa.

Saltó de la cama con la adrenalina corriéndole por las venas. Buscó su ropa de boxeo más cómoda y salió lanzada de su casa. Estaba tan acelerada que no pensó en llamar a un taxi o buscar un autobús. Simplemente se lanzó a la carrera. Su cuerpo, tras días de inactividad e inanición se quejó al instante por el sobreesfuerzo, pero no aminoró. En veinticinco minutos ya había llegado. Tuvo la precaución de llamar a emergencias antes de entrar. Era una calle con decenas de locales con escaparates en alquiler. Un lugar desolado y sin gente a los alrededores para escuchar los gritos provenientes del interior de lo que un día debían haber sido unas oficinas.

Adrasteia no dudó. Una calma fría se había apoderado de su cuerpo tras la carrera. Lanzó una fuerte patada a la puerta, y después otra hasta que rompió la cerradura. El primero al que vio fue Julián. Apenas le había dado tiempo a subirse los pantalones. El golpe de Adrasteia fue directo a su anatomía. No había terminado con él cuando sus ojos se encontraron con los de su hermana. Estaba en el suelo, con la ropa desgarrada y el rostro amoratado. Eso fue lo último que Adrasteia vio. El combate se volvió el centro de su ser. Esquivar, cubrirse, golpe. Esquivar, cubrirse, golpe. No oyó las sirenas de la policía. Ni siquiera notó como su ojo se hinchaba tras el puñetazo que había logrado asestarle Marcelo. Solo podía mirar a su hermana. Tan frágil e indefensa con su cuerpo encogido como una recién nacida. 

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