CAPÍTULO 35 ASK ME WHY

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DANIEL

¿Por qué?

No tuve ni un segundo para pensar en la respuesta cuando se levantó de la cama, tomó su bolso y se dirigió a la puerta. Quise dejarla ir, hubiese sido lo mejor para ella. Pero no. La seguí y llegué a ella justo cuando se disponía a abrir la puerta.

Entonces mis labios buscaron los suyos, mis besos tatuaron un montón de imágenes sensuales en su piel. Nuestras bocas se despedazaban como espadas de fuego en plena batalla a muerte. La cargué en mis brazos, ella soltó su bolso y un par de gemidos delirantes.

Rehíce el camino hasta la habitación y me senté en la cama con ella a horcajadas.

Dios mío te he pedido tanto que no la dejes venir en falda.

Nos separamos solo para respirar.

—En serio necesito que te vayas ahora —pedí con la respiración jadeante.

—No me importa lo que digas ni la bendita hipoglucemia, te necesito dentro de mí ya.

¿Qué estaba haciendo?

Se suponía que debía dejarla ir pero ella abría la boca y sus deseos eran como unas malditas órdenes para mí.

Me levanté con ella en mis brazos y sus piernas rodeándome la cintura. La dejé sobre la cama y la empecé a desnudar. Nuestros ojos siempre conectados.

¿Qué me estás haciendo, nena?

Me quité el pijama...oh... Dios.

—Debo hacer una llamada. —Su cuerpo desnudo sobre mi cama era todo un retrato del renacimiento.

Busqué el celular entre mis cosas y marqué un número.

—Necesito que me cubras, por favor, tuve una emergencia y me voy a tardar un poco, juro que te haré todo el turno del fin de semana. —Colgué después de obtener un sí.

Quizás ella no lo supo en ese momento, pero esa tarde le hice el amor.


✦・★・•・・•・★・✦


Ambos quedamos boca arriba sobre un lío de sábanas grises; casi giramos la cabeza al mismo tiempo para vernos.

— ¿No me vas a preguntar por qué?

Suspiró y me encontré perdido en sus ojos.

—Hace rato estoy esperando que me lo digas.

Ese magnetismo en nuestros ojos; eterno y efímero, enaltecido y cabizbajo, desafiante y temeroso, da tres pasos y retrocede cuatro.

—Te estás enamorando de mí —la ataqué con mis miedos.

Alzó una ceja y reprimió una sonrisa en sus labios; sus pechos desnudos se inflaron para luego dejarse caer soltando un suspiro.

—No.

—No fue una pregunta.

—No fui yo quien dejó el trabajo tirado por estar aquí. —Rodé los ojos.

Acercó su cara y la detuvo a milímetros de la mía. Sonreí pensando que me iba a besar. Su olor me afectaba, su cercanía también y ella ya lo sabía.

Abrió ligeramente su boca sin dejar de mirarme. Se lamió el labio inferior y lo atrapó entre sus dientes, mordiendo un poquito. Mis ojos viajaron instantáneamente ahí, a su boca.

—Me gustas mucho, Dan —confesó.

No hizo falta más nada para que estuviese nuevamente dentro de ella.

Sus piernas me aprisionaron, mi erección entraba y salía. Mi boca armó y desarmó besos húmedos en sus pechos. Gemía para mi...solo para mí y aquello me fascinaba.

Su cuerpo se estremecía vibrante entre mis brazos.

—Me gustas mucho, Shadia, demasiado —declaré.

Ella dejó escapar todo el aire acumulado en sus pulmones cuando alcanzó el orgasmo. Se mordió los labios y me apretó más entre sus piernas mientras seguía entrando en ella. Me jaló el cabello gimiendo deliciosamente y no tuve más remedio que dejarme ir... me derramé en su interior.

Me levanté de la cama y le ofrecí mi mano. Su mirada viajó de allí hasta encontrarse con mis ojos. La aceptó. La llevé de la mano al baño, abrí el grifo de la bañera y entré ocupando casi todo el espacio. Ella me observó con algo de diversión en su rostro.

Estiré nuevamente mi mano para que la tomase, la sostuve y la ayude a entrar lentamente al agua. Se sentó con cuidado sobre mí, dándome la espalda. La atraje hacia mi pecho, ella se recostó y se acomodó. Eché su cabello a medio lado para poder observarla mejor.

—Pregúntame por qué

— ¿Por qué?

—Hace algunos años, cuando solo era estudiante de medicina en NYU, salía con una chica, Melanie Anderson. Su familia y la mía habían iniciado una amistad desde que mis padres llegaron a Estados Unidos nada más que con una maleta llena de muchos sueños. En ese entonces solo estábamos mi hermano mayor Sergio y yo en Colombia, lejos de ellos. Cuando por fin pudimos viajar, la conocí, al principio solo éramos un par de adolescentes entusiastas. Cuando cumplimos dieciséis nos hicimos novios.

»Todo iba bien hasta que, en un viaje de intercambio, llego él. Jareth Stuart Finley. Rápidamente nos hicimos amigos, pues el empezó a frecuentar las mismas fiestas que ella y yo. Pensé que estábamos forjando una fuerte amistad. Le abrí las puertas de mi casa, ya que su estadía se prolongó más de lo esperado. Mientras él estuvo en Nueva York, jamás le conocí alguna novia, con él todo era cuestión de una noche, traía loca a más de una. Luego nos graduamos, yo de medicina, ella de arquitectura y él... también de medicina.

Se giró sorprendida.

— ¿Qué? —Arrugó el espacio entre sus cejas.

—Siempre tuve claro que quería tener mi propio consultorio y así fue como empezamos los dos con esta idea loca. Sin embargo, él nunca fue mi amigo como yo pensaba.

Suspiré.

—Los encontré en mi casa, en mi habitación, en mi cama, follando como conejos. Mis dos hermanitas pequeñas estaban ahí a cargo de Melanie y ella solo se dejaba hacer cuanta porquería mientras ellas jugaban en la sala con sus muñecas. Nos fuimos a golpes, el consultorio cerró, mi noviazgo se acabó, la amistad de nuestras familias también y entonces me largué a hacer mi especialización aquí. Dudé en hacerlo al principio, porque él es británico...pero me ofrecieron una beca en la UCL y no me pude negar. No podía permitir que empañase también mis sueños.

»Supe que lo hacían desde que se vieron por primera vez. Yo los presenté. Y Sabía que no demoraría mucho en encontrármelo por allí. El problema es que...Ahora estás tú. 


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