CAPITULO 72 LITTLE CHILD

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SHADIA

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SHADIA

Tenía la piel completamente erizada y muchos sentimientos instalándose al borde de mis ojos; Los cerré por un momento cuando Ana María se alejó en busca de su esposo. Me perdí en el momento hasta que el sonido de un piano inundó todo el recinto, abrí los ojos y busqué el origen de ello siguiendo las notas dispersas en el aire.

Entré a la sala principal donde se encontraba Natalie junto a Dan tocando juntos una bella pieza musical. No pude evitar que unas cuantas lágrimas se me escapasen, no solo por lo sublime del momento cuando todos acudieron a presenciar y escuchar a los hermanos tocar en esa noche tan triste, sino también porque no había dejado de pensar en esa foto.

Dan y yo.

¿Nos conocíamos desde hace tiempo?

¿Cómo algo tan superior a nosotros permitió que se diera un nuevo encuentro?

¿Era posible que nuestra historia hubiese empezado desde niños?

Sentía tanto no recordar nada de ello.

¿Cómo pude olvidar sus ojos? ¿Su sonrisa?

¿Él me recordaba?

Mis pensamientos se detuvieron al mismo tiempo que el sonido del piano. Ana María abrazó a sus hijos; la cabeza de Dan quedó por encima de ella y nos buscamos intensamente con la mirada. Sequé un par de lágrimas y le sonreí.

Necesitaba decirle.

Quería decirle.

Deseaba mostrarle la foto.

Saber si me reconocía en ella.

O en efecto decirle que era yo, que siempre había sido yo.

Los dejé solos por un momento, había muchas cosas sucediendo en esa familia y necesitaban su espacio y privacidad para estar juntos. Fui por un poco de agua a la cocina. Hablé un rato con Vivienne, quien se retiró apenas Dan llegó a nosotras abrazándome por detrás. Me giré y lo miré directo a los ojos, él pegó su frente a la mía.

— ¿Qué te ha dicho mi madre? —Se esforzaba por parecer animado pero sabía perfectamente que no lo estaba—. ¿Te ha dado algún sermón sobre mí? ¿O ya te pidió nietos?

Sonreí mirándolo con ternura y luego suspiré.

—No. No ha hecho nada de eso, al contrario, hemos tenido una charla bastante productiva y bonita.

— ¿Sí? ¿Y eso? —Alcé mis hombros.

—No lo sé, así se sintió. —Arrugó las cejas.

— ¿Vienes conmigo a la cama? Estoy demasiado cansado —murmuró.

Asentí con la cabeza. Lo sabía. Sabía que el mundo le pesaba en ese momento; deseaba realmente llevar un poco de esa carga, especialmente porque sabía de primera mano lo mucho que duele perder a un ser querido, a alguien importante. No es fácil sobreponerse a eso y nunca lo superamos aunque le gritemos al mundo que lo hemos hecho.

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