CAPITULO 22 EVERYBODY'S TRYING TO BE MY BABY

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SHADIA

Tuve un día demasiado ajetreado, como recordándome que no había llegado hasta acá de la nada para vivir sin esfuerzo, sin una lucha continua.

Las clases parecían eternas o quizás era que estaba un poco nostálgica.

A veces no comprendía porque el ser humano se enredaba en su propio camino de plenitud, ¿Por qué cuando se está a la orilla de la felicidad, el destino o la vida le dan un golpe en la cara?

Era uno de esos días duros, porque hace cinco años, le juré amor, fidelidad y respeto a un hombre que no tuvo el menor reparo en hacer trizas mis sueños, mi futuro, mi capacidad de amar, mis ganas de entregarme y darlo todo por ese alguien que se vuelve prácticamente carne de tu carne.

No lo amaba. No. Pero me afectaba tanto la incertidumbre, el no saber qué me esperaba en el camino, el no tener control absoluto de mi destino. Porque a su lado pensé que lo tenía todo y al final resulto ser nada. Odiaba tanto este día. Porque me sentía vulnerable...susceptible a los daños, porque el tiempo se volvía en mi contra y ponía la alarma indicándome que aún no era mi turno de ser feliz.

La mañana terminó y con ello las clases. Me encaminé directamente a ver a Margaret, en la oficina del Decano; me había enviado un mensaje y tal parecía que necesitaba verme con extrema urgencia. «Ni vayas a almorzar, Finley te quiere en la oficina justo ahora».

Qué horror.

Al menos pensé que me darían el día libre por trabajar el domingo. No era justo con mi corazón. Necesitaba echarme a llorar aunque fuese por una hora, comer helado y seguir como si nada me afectase.

Patético, Shadia, patético.

Llegué lo más rápido que pude, no deseaba ser salpicada por el mal humor del Decano en el poco aire que se podía respirar en su oficina.

—Hola, Margaret. ¿Cómo estás?

—De Maravilla, ¿no me ves?

—Por supuesto, a lo lejos se te nota que brillas.

Me lanzó una sonrisa forzada. Había entendido mi sarcasmo.

—Si fuera tú, le bajara a esa actitud, no te conviene hoy.

Rodé los ojos, no estaba de humor. Solo tenía ganas de hundirme en mis penas por un rato.

Después de todo, debí seguir el consejo de Margaret, porque lo que encontré en la oficina no era exactamente lo que esperaba; hubiera preferido el genio amargo del Decano Finley a toparme otra vez con el mismísimo Hades.

—Buenas tardes —saludó con todo su encanto.

Solo balbuceé un hola y una confusión tremenda inundó la oficina.

—Disculpa hacerte venir así —Ah, ok, entonces era este otro Finley. Genial—, solo que mi padre me pidió que revisara contigo unos asuntos mientras él está atendiendo otros, claro si no tienes ningún inconveniente.

¿Qué iba a decir? ¿No?

Ojalá lo hubiese hecho.

—No hay problema. —Su mirada me estaba resultando de lo más inquietante; a mí, que me encanta sostenerle la mirada a quien sea para demostrar total dominio de la situación, estaba que me hacía un hoyo en el suelo y de allí no me sacaba nadie.

—Por supuesto que debo invitarte a almorzar primero, no creas que soy tan duro como mi padre.

Ja ¿Duro?

Ay Dios mío, apiádate de los que creen en ti.

Salimos por los pasillos con la mirada acusadora de Margaret, como diciendo: ¡Te lo dije! y afuera en el campus, resultó ser peor.

Obvio que el espectáculo de hombre que iba a mi lado estaba levantando más de un suspiro y yo...ahí, de lo más incómoda, ¿desapercibida? ¡Cero, babies!

Por fin salimos de esa gente y me abrió la puerta de su auto, asiento del copiloto...

¿Qué estaba haciendo?

Tenía muchos, pero muchos malos presentimientos en ese momento. No me pregunten por qué, pero sentía que desfilaba camino a la perdición.

El camino se hizo eterno. Jareth, sí, oyeron bien, Jareth, hablaba sin parar y yo ni si quiera me concentré en lo que salía de su boca; me di cuenta que el camino que recorríamos era completamente nuevo para mí. El tiempo pasaba deprisa y no llegábamos a ningún lado.

Podría asegurar que el recorrido duró más o menos una hora, como si hubiésemos viajado a otra ciudad totalmente diferente.

Dios mío ¿Dónde estaba?

Se detuvo y me comentó que el restaurante era de los mejores que había probado. Yo me limité a sonreír, bastante nerviosa y sofocada, reconsiderando con cada parte de mí ser el momento exacto en que decidí embarcarme en este almuerzo con alguien que apenas había conocido —Oh, esperen...últimamente jugármelas a todas con desconocidos era mi especialidad—. Sus ojos, esos ojos... me gritaban que él no se andaba con rodeos.

Me abrió la puerta y caminó tras de mí. Era todo un caballero aparentemente. No detecté dirección visible del lugar, mis nervios estaban aumentando a la velocidad de la luz.

— ¿Sucede algo? —preguntó demostrando interés.

—No, absolutamente nada, solo que nunca había venido a este lugar.

—Podemos venir seguido de ahora en adelante si tú quieres.

JA. No me digas.

No tenía nada que decir más que mostrar mi mejor sonrisa tímida.

Era una mujer y sabía muy bien lo que quería. Sus ojos, su cuerpo, su atención hacia mí me lo decían.

¿Y ahora, donde me escondía?

Aquel fue el almuerzo más raro del mundo, no hice más que asentir a todo lo que decía. De repente tomó mi mano sobre la mesa.

—Seré honesto contigo, Shadia —Oh, no, aquí vamos—. Te quiero para mí. 


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