CAPITULO 42 THE NIGHT BEFORE

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SHADIA

—No te atrevas a mirarme con lástima, Daniel —supliqué casi en susurro. Me esforcé para pedirle que se marchase y luego me sentía peor—. Ninguna de tus disculpas va a eliminar todo lo que me sucedió anoche. —Unas cuantas lágrimas se deslizaron en mis mejillas.

Me miró en silencio, ni siquiera tenía fuerzas suficientes para taparme la cara, no quería que nadie me viese llorar más nunca en la vida.

—No me pidas que me marche. Sé que mis disculpas no van a cambiar absolutamente nada, solo que no pienso ir a ningún lado hasta que no salgas de aquí. Debes calmarte y respirar un poco, no necesitas más problemas ahora, solo preocúpate por recuperarte que yo me voy a encargar de lo demás.

Intenté secar un poco mis lágrimas.

— ¿Escuchas si quiera lo que estás diciendo? Tengo tantas ganas de llorar y no puedo porque el dolor del alma se mezcla con el dolor del cuerpo; no puedo creer que me haya pasado todo esto ¿Por qué? ¿Ah? ¿Dime por qué? ¿Por qué un tipo decidió que era la victima perfecta solo por un acostón de una noche?

Su mirada estaba perdida, sus ojos ya no me buscaban, su alma se perdió también; sabía que mis palabras lo habían lastimado, pero ¿quién se preocupaba por lo que yo sentía? Me valía una reverenda mierda que ardiese el mundo a mí alrededor porque iba a ser una completa egoísta y aunque fuese por un día buscar mi propio bienestar.

—Vete, por favor, quiero estar sola —insistí.

Entonces hizo caso a mis palabras y se marchó.

Me dolía un poco hasta respirar, el Doctor fue a verme y me explicó todo lo que había pasado.

No solo me iban a quemar las cicatrices corporales sino las que ese maldito me había dejado en el alma.

¿Por qué me pasaban esas cosas a mí? Yo solo había venido a estudiar, sin pretender cualquier otra cosa, solo eso...

Me desperté confundida, no sabía en qué momento me había quedado dormida, lo cierto fue que me paralicé al verlo ahí arrecostado en el sofá, dormido, como si todo estuviese en orden en su cabeza. Intenté moverme un poco pero sentí más dolor. Me quejé en voz alta y eso lo despertó automáticamente.

Nuestros ojos se cruzaron, se armaron de valor, se retaron, se despedazaron, se reconstruyeron, se volvieron uno solo y finalmente se separaron.

Él habló primero después de una pausa.

—Lo siento, pero no voy a ir a ninguna parte hasta no verte salir de aquí —aseveró.

Me quedé en silencio, observándolo, intentando que mi ser interior se suavizase, se ablandase capa por capa y lo dejase entrar.

—Hay muchas cosas que debo contarte, también muchas preguntas que te quiero hacer, pero no voy a molestarte por hoy, debes descansar. Es normal que me odies, yo también me estoy odiando por esto... no tengo nada que decir que mejore o empeore las cosas y dudo de mi capacidad para razonar ahora mismo.

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