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CAPITULO 39 MISERY

DANIEL

Corrí de inmediato hacia la camilla y pregunté a los paramédicos por su condición, me explicaron que unos transeúntes la habían hallado en un callejón desmayada, desnuda y con evidentes traumatismos. Se despertaba y volvía a perder el conocimiento.

Dios mío...no.

Si me preguntaban como médico por su estado, diría que se encontraba terrible, con politraumatismos y seguramente tenía algún órgano comprometido.

Como Daniel no diría nada porque simplemente me llevaba de lleno el miedo, el puro pánico, el desespero por saber cómo estaba, que tan grave era la situación, si iba a mejorar, quien le hizo eso...

¡Maldita sea!

No podía procesar tantas cosas al mismo tiempo; en mi mente había un intenso debate que seguro no traía nada bueno. Me bloqueé por un momento cuando atravesó las puertas de la unidad de emergencias y no estaba destinado a esa sección.

Tuve que obligarme a mí mismo —casi en shock—, a que debía esperar afuera a que la atendiesen y que, aunque pudiese entrar a atenderla yo mismo, seguro iba a quedar petrificado ante la situación, simplemente porque empezaba a sentir que aquello me estaba superando y que yo tenía la culpa. Sí, solo podía haber una persona detrás de eso y era precisamente él.

Quizás no tenía pruebas pero tampoco dudas.

Me senté aturdido en los pasillos ante la mirada atenta de varios colegas y del personal de salud; recosté la cabeza en la pared y entonces le marqué a Greg, no me sentía tan valiente como para contarle a Isabelle.

Dios mío, no permitas que sea nada grave.

— ¿Daniel? —respondió Greg de inmediato.

Me quedé en silencio, no sabía qué decir con exactitud ni cómo empezar a hablar.

— ¿Daniel estás ahí? —insistió.

—Sí, yo... Greg ¿Isabelle está contigo?

—Sí, ¿Qué sucede?

Dios...

—Se trata de Shadia.

— ¿Ya apareció?

—La han traído al hospital en una ambulancia, la veo muy mal. —Hubo un momento de silencio—. ¿Greg? ¿Sigues ahí?

—No puede ser. Enseguida vamos para allá.

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Como médico estaba hecho una mierda, sentado en la salita de espera con ambas manos cubriendo mis ojos. Me jalaba los cabellos de vez en cuando sintiendo además una punzada en el pecho que crecía conforme transcurrían los minutos sin saber nada de ella.