CAPITULO 43 ACT NATURALLY

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DANIEL

Durante la noche no pude conciliar el sueño. Shadia tenía razón, lo que empezó como una cuestión de algunas noches nos estaba superando, se estaba convirtiendo en algo con vida propia, con un oscuro destino que jugaba con nosotros.

Un mensaje y varias llamadas perdidas de mi madre interrumpieron lo poco que alcancé a dormir:

«Estamos en Heathrow, ¿puedes venir por nosotras?».

El aeropuerto no estaba nada cerca, así que tomé una ducha corta. Decidí comprar un desayuno para comerlo en el camino y mucho café. Conduje rápidamente, era bastante temprano y muchas calles lucían solitarias.

Respondí a mi madre con un: «Voy en camino».

Cuando finalmente llegué al aeropuerto, ahí estaban dos de las mujeres más importantes de mi vida, con sus dulces sonrisas, sus preocupaciones y su abrazo cálido. Ana María, mi madre y Rebeca, mi abuela.

Ellas eran pilares de mi templo y mis hermanas menores todo aquello que debía y necesitaba proteger.

Cuando mis padres decidieron perseguir el sueño americano, solo mi padre pudo viajar primero, luego siguió mi madre cuando ya papá tenía trabajo y dinero suficiente para costear su viaje; mi hermano Sergio y yo nos quedamos al cuidado de la abuela, una mujer encantadora pero que tristemente había enviudado ya dos veces.

Rebeca era la madre de mi padre, mi abuelo murió cuando yo era muy niño, así que casi no lo recuerdo mucho. Pasaron años para que la abuela encontrara un inglés quien le prepuso matrimonio y se la trajo a vivir a Inglaterra. Mi hermano y yo pudimos viajar a Estados Unidos y al poco tiempo mi madre se embarazó de otra de las mujeres de mi vida, mi hermanita, Lauren. Años después nació otra muñeca hermosa que nos cambió como familia, la pequeña Natalie, la más dulce, inocente, especial y amorosa del mundo.

El abrazo entre los tres me hizo sentir como en casa. La última vez que había visto a mi madre fue en navidad. A mi abuela la veía más seguido, puesto que vivía a menos de una hora de Londres; sin embargo, estaba desde hace dos meses visitando a la familia en Estados Unidos.

Decir que las extrañaba era poco, ellas habían estado en cada paso y en cada retroceso de mi existencia.

—Mi segundo y apuesto bebe. —Besó mis mejillas.

—Mamá, por favor. —Reí y le devolví el beso.

—Mi príncipe número dos —me saludó la abuela y le besé la cabeza.

—Bueno hoy están demasiado cariñosas, ¿Qué se traen entre manos?

— ¿No podemos estar felices de verte? Siento que ha pasado demasiado tiempo.

—Sabes que siempre te extraño —le aseguré a mi madre.

— ¿Para mí no hay amor? —preguntó la abuela.

—Tú sabes que eres mi favorita, pero no le digas a mamá porque se enoja —susurré.

—He escuchado todo —avisó mi madre.

Subimos los equipajes al auto y partimos hacia mi casa. Mi madre iba en el asiento del copiloto y mi abuela en el asiento trasero. Charlamos un poco durante el camino para ponernos al día.

— ¿Ya desayunaron?

—Sí, comimos algo mientras llegabas —afirma mi madre—. Y ¿Tú? ¿Te estás alimentando bien? Te veo demasiado delgado, ojeroso y cansado.

—Ojeroso y cansado sí, bastante. —Asentí lentamente con la cabeza.

—Mi pobre bebé. —Estiró su mano para acariciarme el cabello.

Supongo que nunca dejamos de ser los bebes de nuestras madres, aunque pasen y pasen los años.

Mi móvil sonó y la pantalla se iluminó indicando que tenía una llamada de Marshall; contesté de inmediato sin evitar alarmarme.

— ¿Marshall?

—Daniel, buenos días.

—Buenos días ¿Sucedió algo?

—Tranquilo, hombre, solo llamo para ponerte al tanto de la visita de Crooke.

— ¿Ha llegado temprano?

—Sí, vino muy temprano a ver a Shadia.

— ¿Cómo está? ¿Qué dijo?

—Bueno, ella está bien, recibiendo los medicamentos, ha solicitado que le retiren la sonda pero lo mejor es que no se esté levantando mucho de la cama al menos por el día de hoy, ya veremos mañana. Se ha quejado un poco de dolor, aunque se hace la dura.

—Es fuerte —dije más para mí que para Marshall.

—Hasta ahora no ha presentado ninguna complicación en cuanto a la cirugía, sus puntos están bien, la herida se está manteniendo limpia, veo que puede cicatrizar rápido. He pedido a las enfermeras que estén pendientes por si se le ofrece algo. Se le autorizaron alimentos, pero ha manifestado náuseas por lo cual no ha probado el desayuno.

—Yo voy a llevarle algo ligero para que coma, necesitaré tu autorización.

—Perfecto, no hay problema, cuenta con eso.

—Gracias, en serio, te debo bastante.

—Estamos para ayudarnos. —Colgué la llamada y me atacó la mirada inquisidora de mi madre.

— ¿Todo en orden, hijo? —quiso saber.

—Sí —afirmé sin mirarla, me hice el concentrado en la carretera.

—Te escuché preocupado al recibir la llamada —Miré a mi abuela por el retrovisor, me lanzó una mirada de «dile o no va a parar».

—Se trata de un paciente del hospital que se está recuperando de una cirugía.

— ¿Y desde cuando le llevas comida a los pacientes?

Sonreí y negué.

—No le veo nada de malo. No tiene ningún familiar aquí, así que me he ofrecido amablemente a ayudarle —mentí hablándole en un tono neutral.

—Uhm... —Obvio no la convencieron mis respuestas.

— ¿Es...hombre o mujer? —Ahí iba de nuevo.

—Mujer —reconocí tratando de parecer indiferente a sus preguntas, porque si había una persona que me leía en la vida de una manera impresionante, esa era Ana María Lacouture, justo a mi lado.

Gracias a Dios la abuela cambió el tema y me libré de una tanda de preguntas más.

Las dejé en la casa, debía llegar pronto al hospital.

— ¿Seguro que todo está en orden? —inquirió nuevamente mi madre.

Me acerqué para darle un beso en la frente.

—Sí, todo está bien, no hay de qué preocuparse —mentí. 


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