CAPITULO 80 THE END... OR THE BEGINNING?

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Casi nunca hay finales perfectos; estos no siempre son los que queremos escuchar retumbando en nuestra cabeza, tras sumergirnos en la maravillosa aventura que supone toda lectura.

No podría afirmar que este final sea de esos pocos perfectos, simplemente es eso...un final... ¿O es el principio?

Permítanme contarles una particular historia.

Era una cálida mañana de verano del año 2001, de un día cualquiera de julio en la bella Cartagena de Indias. Las playas del Cabrero en la zona norte de la ciudad nunca se habían llenado de tanta gente de todas partes. Turistas extranjeros y nativos, gozaban de la ardiente arena y las típicas aguas tibias de esa época del año.

El mar estaba a reventar y casi no quedaba espacio sobre la arena para un alma más.

Alina De la Rosa descansaba en una tumbona bajo la carpa playera que un carpero le había alquilado por una módica suma; desde allí vigilaba a su pequeña hija, quien yacía prácticamente en la arena recibiendo solo un poco del agua de mar que subía al romper una ola.

A pocos metros de allí estaba Doña Rebeca y sus dos nietos, también bajo una carpa que les había alquilado el mismo carpero pero por una suma mucho mayor que la de Alina. Y es que el adinerado pretendiente inglés que había conocido hace poco y quien le acompañaba también, le sembró las ganas de lucrarse al carpero. El señor Stephens no dejaba de halagar a Rebeca en tanto sus dos nietos, uno de casi trece años y el otro de quince recién cumplidos, jugaban animados con una pelota de fútbol.

Entre patadas y atajadas, la pelota salió disparaba más allá de donde se encontraban jugando. Los hermanos discutieron por quien debía buscar la pelota. Jugaron entonces a piedra, papel o tijeras resultando perdedor el menor de ellos.

Mientras tanto, muy cerca de donde fue a parar la pelota, lloraba la pequeña hija de Alina. Su madre no se había percatado del asunto puesto que se había quedado dormida en la tumbona, producto de miles de noches de insomnio a las que no se acostumbraba aun, debido a la enfermedad con la que batallaba su esposo y las pesadillas que agobiaban a su pequeña y única hija.

El nieto menor de Rebeca trotaba sobre la arena lo menos deprisa que podía, pues mucha gente se le atravesaba de repente y quería evitar a toda costa un choque con alguno de ellos.

La hija de Alina, de unos escasos nueve años, continuaba llorando con la cabeza baja cuando un vendedor que arrastraba su carrito de cócteles de mariscos se le acercó. La niña se asustó de inmediato al ver que un extraño le ofrecía consuelo estirando su mano hacia ella para que la tomase.

El chico que había ido en busca de su balón, al llegar a el, se había dado cuenta de la situación y se preguntó dónde podría estar la madre de aquella niña, cuando era evidente que el vendedor la podía engañar y robársela.

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