CAPITULO 10 LONESOME TEARS IN MY EYES

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SHADIA

Entré al dormitorio y cerré la puerta tras de mí. Una sonrisa estúpida se estampó en mi rostro. Todavía no podía creer nada de lo que había pasado entre Daniel y yo.

¡Era sin duda una completa locura!

¿En qué mente pervertida cabía todo eso?

¡Oh, por Dios!

Me di una ducha corta y caí como piedra en la cama. El sueño me vencía a morir y ya no podía ni quería seguir sopesando los acontecimientos del último momento.

Daniel Emiliani.

Un pensamiento fugaz se instaló en mi mente y caí profunda en la cama.

Desperté con un poco de mal genio, algo de resaca y cero ganas de levantarme esa mañana de la cama. Solo deseaba acurrucarme en sus brazos en ese preciso momento.

Esperen, ¿Qué?

No.

Quedamos de vernos en la noche.

Solo eso bastó para levantarme de la cama sonriente. Miré el celular y no había señales de Izzy, supuse que aún estaba dormida. No sabía si contarle lo que me había sucedido con Daniel pero es que no quería arruinar las cosas, mejor esperaba a ver qué pasaba más adelante entre los dos. Lo cierto era que me gustaba y mucho.

Era tan...uhmm ¿Cómo lo decía sin que sonase pervertido?

Era tan varonil, sexy y apasionado, Uffff una delicia de hombre.

¡Ya, frena esos pensamientos pecaminosos en el acto!

Me puse en marcha, tenía muchos pendientes de los cual encargarme, al día siguiente era lunes y se avecinaba bastante trabajo con el Decano Finley.

Me arreglé y salí a la calle, necesitaba con urgencia buscar algo que desayunar y tomar a su vez un poco de aire para refrescar esa mente pervertida y los constantes ataques de calor que se producían en mi entrepierna de solo pensar en el guapo doctor de ojos de mar.

Caminé hasta Gordon Street y entré al Gordon's café, un lugar en donde los universitarios solían reunirse muy a menudo; era un sitio muy acogedor y quedaba bastante cerca de la residencia. Me senté en una mesa y casi en el acto me entró una llamada de Izzy.

—Hola, babe, ¿Cómo estás?

—Ufff, horrible, con un dolor de cabeza intenso y unas náuseas que te mueres.

—A eso se le llama resaca, cariño y poco te importó anoche cuando bebías descontroladamente como si fuese la fórmula de la eterna juventud la que tenías en tu copa.

—Ay, no me regañes que acabo de despertar.

—Por Dios, si ya es medio día.

—Uhm, ¿sí? ¿Dónde estás? ¿Qué es ese ruido?

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