CAPITULO 61 DIG IT

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SHADIA

Resultaba demasiado sobrecogedor estar ahí en medio de tanta gente desconocida, pero ellos al igual que yo, estábamos unidos por un mismo dolor; compartiendo inevitables lágrimas que no sabía que teníamos, percibiendo con todos nuestros sentidos en modo alerta esa pesadez, oscuridad y olor a muerte de cualquier cementerio.

No era uno de esos días lluviosos como en la mayoría de funerales de película. No había nubes grises, no había niebla; no había personas usando a juego un atuendo y un paraguas oscuro. No había rosas de ningún color, no había lentes escondiendo que se había llorado, no había mucho que hablar ni que decir pero sí mucho que sentir.

El viento soplaba más no consolaba, la luz se colaba pero no brillaba; la tristeza nos agobiaba, el desasosiego nos embargaba, los escalofríos no cesaban, el llanto no se detenía.

Las miradas parecían cruzarse compasivas y al tiempo vacías o quizás llenas de aflicción. Provocaba abrazarse unos con otros aunque desconocieses su identidad. Algunos rostros más que tristeza denotaban impotencia, daños irreparables, frustración, condescendencia e incluso un atisbo de culpa.

Estaba en el cementerio de Brompton por los mismos motivos de aquellos que también se presentaron allí. Fui a dar esa última despedida a un ser que quizás ya era luz donde estuviese.

Quizás en otra vida hubiésemos podido ser algo más.

Algo mejor de lo que alguna vez fuimos.

Me sorprendí dando pasos antes de que echasen el primer puñado de tierra sobre el ataúd.

Es esa la parte más difícil de todo funeral; cuando realmente entiendes el significado de enterrar a un ser querido, cuando los sentimientos, el llanto y el dolor están en su punto más álgido; cuando ya no queda absolutamente nada físico a lo que aferrarse. Cuando sabes que ya no hay vuelta atrás. Cuando todo pierde y toma sentido a la vez.

Es la vida de un ser querido la que se escapa a medida que se cubre un ataúd con tierra; son los momentos vividos que parecen arrastrarse con cada partícula y depositarse en lo más hondo. Es el lugar a donde nadie nunca planea ir pero que inevitablemente va en un punto y no precisamente de la vida, porque cuando llegamos hasta allí, ya esta se nos ha escapado vilmente de las manos.

Me coloqué mis lentes de aumento, empuñé las manos a cada lado de mi vestido oscuro, suspiré hondo pero disimulado y caminé apartándome mucho más de la gente. Después de dar unos cuantos pasos me detuve, llevé la mano a mi pecho y luego miré hacia atrás por última vez para leer desde lejos la inscripción de la lápida.

Cerré los ojos y la piel se me erizó. Regresé la vista al frente y salí de allí. Finalmente tomé un taxi alejándome para siempre de aquel cementerio que había pisado por primera vez.


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