Capítulo I

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    Dicen que en la vida todo tiene un propósito, inclusive aquellas cosas que solo parecen empeorar nuestra existencia y sacarnos de nuestra zona de confort. Miranda se sentía así, pero no por el fallecimiento de su esposo, hacía años que estaba fuera de lugar, desde que él la escogió para ser su reina se sentía fuera de su zona cómoda. "Con esa forma de hablar que tienes podrías derrumbar a un imperio": aquellas fueron las primeras palabras que el rey le dirigió y también constituyeron el primer elogio de un hombre hacia su persona. Que él terminara escogiéndola como su reina no solo la sorprendió a ella misma, sino a todo el reino, nadie entendía cómo una chica pobre que no tenía ni donde caer muerta y que ni siquiera era bonita, había logrado engatusar al rey.

    Todas eran patrañas, Miranda no movió un dedo para llamar su atención, pero aquella manera de hablar y callar la boca de todos fue la que le llevó a escogerla. Cierto, no era la más bella entre las mujeres, tampoco la más rica de las doncellas casaderas, mucho menos la más estudiada o letrada en temas que concernieran al reino; Miranda era solo una pobre chica que había entrado al servicio del palacio para ganarse la vida, pero tenía problemas, muchos problemas, porque no cerraba la boca cuando de una injusticia se trataba, porque no permitía que se le humillase ni a ella, ni a ninguna de las otras sirvientas y cualquier hombre o mujer que osara siquiera aplicar algún tipo de argumento como: "Eres una mugrosa sirvienta, yo te trato como quiera", no acababa muy bien parado.

    El antiguo rey vio eso, y no, no quedó locamente enamorado de ella, al contrario, para él no podía ser más simple en físico y poco atractiva. Miranda no resaltaba para nada, su piel era blanca con un ligero bronceado debido al sol tan fuerte de Jordania, su cabello era castaño oscuro y largo, nada especial, y su figura no podía ser menos llamativa para un hombre, delgada y poco agraciada en cuanto a voluptuosidad, lo único que sí no podía negársele es que poseía una cintura estrecha de ensueño y unas caderas algo anchas, nada que se notara entre los harapos con los que vestía cuando era sirvienta.

    Pues no, él no se enamoró de ella pero supo escoger muy bien a la mujer que quería a su lado. La volvió su reina, le puso instructores, le enseñaron de leyes, matemáticas, filosofía y ciencia; el rey no buscaba una esposa, mucho menos un adorno bonito para colocar como un florero a su lado, quería una reina, una que de veras le ayudara a reinar y no que solo fuera bonita de ver. Por eso cuando empezó a circular la noticia sobre "La reina con lengua de fuego", no pudo sentirse más satisfecho de a quien había escogido como esposa.

    Ahora ella estaba allí, de aquello ya habían pasado seis años y apenas hacía un par de meses que había cumplido los veintidós. Todavía recordaba cada una de las palabras del que fue su esposo y sus promesas en su lecho de muerte...

    —Majestad, se le solicita con urgencia en el salón del trono —informó uno de sus guardias, entrando a su habitación y  se puso en pie con ayuda de las doncellas que le estaban arreglando en el tocador.

    —Soldado, no olvide tocar a la puerta antes de entrar —respondió sin mirar al hombre mientras contemplaba su figura en el espejo—, sé que a ustedes no les parezco llamativa pero soy su reina —Le miró por encima del hombro—, un poco de respeto a mi intimidad no estaría mal, ¿no cree?

    —Sí, majestad, lamento mucho mi impertinencia —se disculpó el hombre, poniéndose sobre una de sus rodillas en una pose de honor y ella ni se inmutó solo miró su reflejo en el espejo.

    Sus ojos ámbar resaltaban a través del maquillaje oscuro que le habían puesto y sus labios eran los próximo que se veía, estaban pintados de un rojo vino que resaltaba su palidez ya acentuada por el poco sol que tomaba. El peinado que traía hecho era un recogido no muy cargado pero que no dejaba ver del todo la extensa longitud de su encrespado cabello. Llevaba puesto un vestido de monta de color azul oscuro con adornos en plateado, planeaba ir a cabalgar pero sus labores de reina parece que lo retrasarían, aún no habían hecho la coronación oficial y ya la estaban atosigando con sus deberes.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora