Capítulo XIX

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    Las caballerizas del palacio de Perdomia eran tan grandes que de haber estado sola, Miranda de seguro se habría perdido a conciencia observando a tan hermosos animales que había por allí. Por alguna loca razón, tenía una sonrisa a pesar de estar caminando con el tan detestable emperador y, como era obvio, el mencionado no se atribuía tal mérito a su persona, se notaba a leguas que Miranda prefería a los caballos antes que a él. Eso hería su orgullo en gran manera.

    Luego de unos escasos momentos caminando alrededor, Miranda logró notar que a lo lejos se encontraba Hassan junto a Nihat. Alzó las cejas sorprendida, no tenía idea que la invitación lo incluyera a él también.

    —Vaya, majestad, casi que creí que no le convencerían —exclamó Hassan al verla llegar y ella le sonrió sin poder evitarlo, era muy agradable—. Y supongo que por la tardanza casi no lo logran.

    —Si me hubieran dicho que Nihat estaría aquí,  habría venido antes, noble Hassan —respondió con cortesía.

    —Te tengo una sorpresa, Miranda —escuchó decir a Nihat y miró hacia donde estaba, percatándose al fin que dentro de una de las caballerizas estaba cierto caballo de crines negras.

    —¡Ahmed! —exclamó mientras corría emocionada hasta donde estaba y abría la caballeriza para sacarlo ella misma. El caballo relinchó al escucharla y Miranda le acarició el hocico como siempre hacía para luego juntar su frente con él—. Te extrañé, amigo —le susurró y le acarició de nuevo con una sonrisa tan cálida como la de una niña a la que la vida no le ha quitado nada.

    —¿Y ese es? —preguntó Aslan sin entender su felicidad y queriendo ser quien recibía tales atenciones, incluso trataba mejor a un caballo que a él.

    —Es el caballo de la reina, el señor Nihat me comentó que lo habían traído y pensé que sería bueno para ella saberlo —respondió Hassan.

    —¿Y ella monta a caballo?

    —A estas alturas no deberían sorprenderle esas cosas, emperador —contestó Nihat, yendo hasta otros establos para que les sacasen sus caballos.

    En cuanto estuvieron ensillados todos, Miranda fue la primera en montar sobre Ahmed sin ayuda alguna de nadie y los demás sobre los suyos. Todos se pusieron en marcha para abandonar el palacio y así recorrer los alrededores de Perdomia una vez más, deleitándose en la belleza de la capital. Hassan hablaba de todo un poco, sobre la historia, el significado de los grabados en las paredes, los nombres de los templos construidos a sus dioses, sus fiestas, entre otras cosas. Miranda siempre estaba muy atenta a sus explicaciones y no perdía tiempo en comentar, aunque discrepaba mucho con respecto a religión, en Jordania era distinto por ese lado. Aslan casi no añadía nada, en cierta forma le molestaba la atención que ella le daba a Hassan, ver que era tan receptiva, que hablaban tan alegres como si fueran amigos de años, le estaba dando un poco de celos.

    Hassan era un hombre apuesto de facciones marcadas, cabello cobrizo y ojos oscuros como la noche, con un carisma sin igual, todo un coqueto y, para su cargo, bastante poco serio cuando de situaciones extraoficiales se trataba. A pesar de haber crecido dentro del palacio como un noble más, nunca estuvo interesado en nada más allá de lo que pudiera ganar de forma honesta. Cada cosa que tuvo en su vida fue porque peleó y trabajó arduo aunque ni siquiera fuera necesario, a diferencia de Aslan que nació en cuna de oro y decidió conformarse con las facilidades de su posición. Ese detalle en la vida de Hassan era el que hacía que el emperador le estimara y admirara, el hecho de ser digno de todo lo que tenía, a diferencia de él, que se suponía que jamás debía de haber llegado al trono siquiera.

    El paseo estaba siendo tranquilo, los escoltas encargadas de proteger al emperador y a sus invitados estaban a su lado en todo momento. Eso era molesto, la parte de tener muchos momentos de simple privacidad. A veces, aunque no lo dijera en voz alta, Aslan deseaba haber podido vivir la vida que se supone que debió tener, haber sido solo un simple noble más y ser libre para cabalgar por ahí. Le hubiera gustado que Miranda y los demás recorrieran las calles de la ciudad, que vieran a Perdomia como era desde dentro, pero el emperador paseándose por las calles causaría revuelo, por eso estaban solo en las afueras.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora