Capítulo XXXII

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    Si le hubieran dicho a Miranda que su primer día en Perdomia iba a ser tan divertido, no se lo hubiera creído. Luego de prácticamente secuestrar al pequeño y carismático individuo llamado Miran, llevarlo a cabalgar por unas cuantas horas, deleitándose en sus ocurrencias de niño y jugar a Caballeros y Dragones por todos los establos, estaba exhausta. Siempre le habían gustado los niños y una de las cosas que más le dolieron de que Amra no quisiera estar con ella era que no podría tener los suyos propios. Eso al principio le entristeció, pero con el pasar de los años se había acostumbrado a la idea. Ahora se casaría de nuevo y se preguntaba si Aslan desearía un bebé, seguro que sí, después de todo necesitaba descendencia.

    —¡Ahí estás, Miran! —chistó una señora, sacándola de sus pensamientos y el pequeño se escondió a sus espaldas en menos de nada. La dama era bajita, metro cincuenta, algo subidita de peso pero con cuerpo exuberante, su piel era oscura y sus ojos cafés, acompañados de una mata de cabello rizado bien acomodado en un moño. Era una noble, por la ropa que usaba no parecía ser sirvienta.

    —Miranda —suplicó Miran y ella encaró a la señora.

    —Lo mejor será que se aleje del niño o tendrá problemas —amenazó la mujer—, una sirvienta no puede estar cerca de él.

    La declaración le sacó una sonrisa a Miranda, entendía que pensara eso, no estaba para nada vestida como reina y llevaba todo el cabello suelto a su aire como si fuera una doncella libre de las etiquetas de la corte. —Mi querida dama, espero que no se arrepienta pronto de sus palabras.

    La señora frunció el ceño. —Quien se arrepentirá es usted, aléjese del niño, si su padre se entera...

    —Dígale a su padre, que su hijo pasó la tarde con la futura emperatriz —le interrumpió—, seguro que a un noble tan ocupado como para no jugar con su hijo, no le importará que su futura soberana sí tenga tiempo para él.

    —Alteza...

    —Tranquila, comprendo la confusión, acabo de llegar y no pretendo que me conozcan. —Se agachó para ver a Miran—. Angelito hermoso, nos veremos mañana, ¿quieres?

    —¡Sí! —exclamó y le abrazó por el cuello, ella correspondió—. Gracias. —Miran le dejó un beso en la mejilla y ella le dio otro antes de dejarlo ir con su nana.

    Comenzó a caminar estirándose para relajar sus músculos, estaba exhausta y aún no sabía dónde dormiría, había olvidado por completo que solo había llegado y se había armado todo un lío, debía agradecer a su tarde con Miran por ello.

    Llegó en frente de la habitación del emperador y no se sorprendió para nada de recordar el camino, había estado ahí demasiadas veces como para no saberlo. Los guardias que la  resguardaban le vieron llegar e hicieron una reverencia.

    —El emperador no se encuentra, mi reina, nos pidió que si venía a aquí, le dijéramos que está entrenando y que si así lo quiere, uno de nosotros la guiara hasta el lugar.

    Ella accedió a la propuesta del hombre y le siguió, necesitaba que le dijeran dónde dormiría, estaba muerta de cansancio. En pocos minutos estuvieron cerca de la arena y logró ver a lo lejos a Aslan, entrenando espada con quien supuso era Hassan. El guardia se despidió de ella y la dejó ahí, a una distancia prudente desde la cual podía verlo, pero en la cual él no la notaba.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora