Capítulo XI

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    El emperador estaba sobre su cama cuando le vio entrar y su corazón se aceleró de forma involuntaria. Esa noche ella iba de negro, con una ropa del mismo estilo que la anterior, de su brasier colgaban cadenas que cruzaban su abdomen desnudo y se enganchaban a la parte superior de la pieza de abajo, resaltando su silueta en la cual Aslan deseaba perderse.

    Miranda se acercó a paso lento, había intentado calmarse toda la tarde y aunque lo consiguió, solo con atravezar la puerta volvió a sentir las mismas sensaciones. Tenía miedo, ella misma se había metido en un aprieto por querer huir como cobarde. ¿Y si ahora decidía tomarla por la fuerza ya que tenía en claro que no se quedaría con él?

    —Estás temblando —no se dio siquiera cuenta de en qué momento Aslan llegó hasta en frente suyo y puso sus manos sobre la piel desnuda de sus hombros—- ¿Es verdad lo que me dijo tu reina?

    —¿El qué, majestad? —preguntó sin mirarlo y sintió como  levantaba su mentón para hacer coincidir sus ojos. Se sentía vulnerable, sentía miedo, quería correr lejos, no quería que la tocara.

    —¿Es cierto que no pudiste dormir? ¿Que llegaste mal hasta su habitación? —Le vio bajar la mirada y eso le dio la respuesta—. No te hice nada, ángel.

    —Lo sé —asintió y le miró de vuelta—, pero sabe que no quiero hacer esto. No he cambiado de opinión, le dije que no quería venir con usted y ahora...

    —Tú viniste de propia voluntad, yo no te lo pedí.

    —Iba a obligar a una chica que no quiere ser su concubina a serlo. ¿Pretendía que me quedara sin hacer nada ante eso?

    —No la iba a obligar a nada, como no te estoy obligando a ti.

    —¿En serio? Entonces si le pido que me deje ir y que no les haga daño a las demás chicas, ¿lo hará? —cuestionó molesta y él solo se alejó. No podía dejarla ir, la necesitaba, necesitaba tenerla, no se la podía sacar de la cabeza.

    —No puedo —respondió seco—, te quiero a ti y no me has dado nada, con un simple baile no conseguirás la seguridad de esas chicas o la de tu amiga.

    Miranda apretó los puños. —¿Entonces eso es lo que quiere? Quiere que me acueste con usted, ¿cierto? —la forma en la que ella se lo preguntaba hasta hacía sentir mal a Aslan. Tampoco era que fuera a violentarla, le haría disfrutar tanto como lo disfrutaría él.

    —Dije que te quiero, no voy a obligarte a hacerlo porque quiero que lo hagas de propia voluntad.

    —¿Y a esto llama propia voluntad? ¿A amenazarme para que no me vaya? —Rió con molestia—. Es que no sé por qué me sorprende, ¿sabe? Todos y cada uno de los reyes son iguales, todos son seres sin corazón que creen que pueden tenerlo todo.

    —Yo no lo quiero todo, ángel, te quiero a ti —dijo firme, tanto que la sobresaltó un poco y más cuando se acercó. No pudo evitar dar un par de pasos hacia atrás para marcar distancia—. ¿Por qué haces eso? —cuestionó molesto.

    —No quiero que me toque —respondió, mirándole con serio temor y vulnerabilidad.

    Aslan dejó de tratar de acercarse. —No te vas a ir, ¿escuchas? Si quieres irte debes darme lo que quiero, así que dile a tu reina que si quiere puede partir, pero sin ti.

    —Ella no me dejará aquí.

    —Podría hacerlo, solo eres una más.

    —Créame que no lo hará —afirmó molesta. ¡No lo hará porque somos la misma persona, idiota! Gritó su interior pero se contuvo.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora