Capítulo XV

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    —Miranda, para, no vuelvas a hacer esto, por favor —le dijo Amra, separando sus labios y ella miró hacia abajo.

    —Lo siento —se disculpó en un hilo de voz y le sintió suspirar.

    —¿En qué habíamos quedado? Se supone que esto no debía pasar, quedamos en que solo seríamos amigos aunque estuviéramos casados.

    —Lo siento, Amra, yo... Yo no pude evitarlo.

    Él acarició su mejilla con ternura y volvió a verle. Estaban solos en su habitación de casados, ella en un camisón casi transparente con toda la intención. —Mi reina, esto solo te hará sufrir, te dije desde el principio...

    —Que yo nunca voy a gustarte porque no soy el tipo de mujer que despertaría algún deseo en ti —le completó ella casi llorando—. Lo sé, Amra, pero... Pero no puedo evitarlo, eres mi esposo y yo... Yo en serio quiero ser tu esposa. —Sus lágrimas quemaron sus mejillas juveniles, apenas y tenía dieciocho.

    —Olvídate de mí, Miranda, eres mi reina y sabes el propósito por el que te escogí, quedamos en algo y vamos a cumplirlo, ¿bien? —Ella asintió secando su rostro y él le abrazó—. Amarme solo te hará sufrir, Miranda, en algún momento me iré y no quiero que cargues conmigo, olvídate de mí, será lo mejor. Tienes un propósito más grande que este, céntrate en cumplirlo...

    —Tu esposo nunca te tocó, ¿verdad? —preguntó Aslan y a ella se le escaparon las lágrimas otra vez al traer a su memoria todos esos años de desprecios. Amra era bueno, el mejor hombre que había conocido, pero no la amaba; o lo hacía, pero no como una esposa, la quería como a una hermana o una amiga, no le encontraba lo suficiente atractiva como para quererla de otra forma.

    Y lo intentó, Miranda intentó miles de formas de seducirlo hasta que se cansó, él jamás la vería, jamás la desearía como no la deseaba ningún hombre. Debía resignarse, no era bonita, no tenía ojos azules o verdes, ni cabello rubio o rojo, ni pechos generosos o cualquier cualidad física que despertara el deseo de un hombre. Nunca se había sentido tan mal con su cuerpo hasta notar el rechazo del único hombre que amaba. Siempre le había gustado su figura a pesar de no ser la más llamativa para los caballeros, pues le ayudaba con lo que más le gustaba, el ballet aéreo; pero luego de tanto rechazo, ya tenía por seguro de que no era agraciada en absoluto.

    —Miranda —le volvió a llamar Aslan, viendo que desvariaba con su vista fija en algún punto del suelo. ¿Acaso era posible? ¿De veras nunca había estado con su esposo?

    Ella le miró a los ojos con las lágrimas quemándole hasta el alma. —Sí estuvimos juntos, emperador —mintió, no quería que lo supiera, que se burlara de su dolor, que la hiciera sentir aún más miserable de lo que ya se sentía con respecto a ese tema.

    —¿Entonces, por qué actúas así? —No se creyó ni una palabra, su cara la delataba, su cuerpo lo hacía. Estaba seguro de que a ella jamás la habían tocado, huía como una joven doncella recién casada y que no sabe nada de lo que sucede entre un hombre y una mujer dentro de una alcoba.

    —No es lo mismo y yo no puedo imaginar que es mi esposo, lo siento —respondió sin tener siquiera valor de mirarlo, hasta ella misma sabía que tenía escrito en fuego sobre su frente que jamás la habían tocado.

    —No te creo —le escuchó decir y levantó sus ojos—. Me estás mintiendo, Miranda, y no entiendo el motivo para que lo hagas.

    —¿Cambiaría en algo ese hecho, Aslan? —le cuestionó— ¿Haría alguna diferencia?

    —Haría mucha, créeme.

    —¿Cuál? ¿Tendría conciencia y no me haría pasar por este martirio?

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora