Capítulo XXIII

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    Un grupo de soldados de Perdomia, junto a los que no estaban heridos de Jordania, se encargaban de restaurar lo poco que quedaba de la ciudad. La batalla solo había durado un par de horas, sin embargo, más de la mitad quedó destruida y había muchos muertos. Jordania nunca más volvería a ser la misma luego de ello.

    Cuando Hassan volvió se encargó de dirigir todo allí en esperas de Aslan, que si sucedía como sospechaba, de seguro no iría hasta dentro de unas cuantas horas cuando calmara a Miranda. Entró al palacio junto a dos oficiales más pertenecientes al reino de Jordania y fieles a su reina, que le guiaron por el lugar para revisar los daños y ver que todo estuviera en orden. Afortunadamente, dentro del palacio no había ocurrido nada relevante pues a los enemigos no les había dado tiempo a entrar, menos porque tenían a la reina afuera así que ni se habían molestado. Hassan iba por uno de los pasillos ya de regreso a la ciudad, allí dentro no había más nada que hacer, cuando al doblar la esquina se chocó con alguien que venía en sentido contrario.

    Escuchó como quien acababa de embestirlo se quejaba y entonces se percató que era nada más y nada menos que Samara. Una sonrisa divertida se dibujó en su rostro. —Otra vez nos encontramos de esta manera —comentó, llamando la atención de la chica quien parecía muy enfrascada en frotar un golpe en su sien.

    Ella le miró con los labios apretados y las mejillas coloreadas de rojo. —Capitán —Sonrió plástica y se enderezó—, iba justamente a buscarlo.

    —¿En serio? ¿A qué debo semejante honor?

    Samara carraspeó un poco. —Supe que... Que el señor Nihat falleció y... Que la reina está con ustedes. Quería ir a verla, soy su dama y...

    —No tienes que darme explicaciones para eso, si quieres yo mismo puedo llevarte.

    —No, no se preocupe, capitán, solo indíqueme y yo llego —se negó nerviosa, haciéndole sonreír.

    —El campamento que ha montado Aslan está bastante lejos y dudo que mis hombres sean muy amables si llega una señorita tan hermosa sola por allí, aún si dice estar buscando a la reina.

    Samara achicó los ojos ante la insinuación. —No le tengo miedo a los bárbaros de sus hombres.

    —Pues debería. —Él recortó la distancia entre ellos pero ella la marcó con dos firmes pasos hacia atrás y una arqueada de cejas.

    —No le recomiendo, capitán, acercarse más, a menos que quiera uno de mis hermosos puños marcado en su poco rasurada mejilla —le advirtió amenazante, mostrándole el puño que pensaba ensartarle en el rostro si insistía y Hassan no pudo hacer más que sonreír, alzando las manos en son de paz.

    —Está bien, no me acerco, quiero conservar mi belleza por un poco más, aún no me caso —bromeó y Samara blanqueó los ojos.

    —¿Me puede decir en dónde es el campamento o no?

    —La llevaré con gusto. —Le extendió el brazo con galantería el cual ella tuvo que aceptar sin más remedio, comenzando a caminar rumbo a la salida—. Estaba un poco preocupado de que pudiera sucederles algo —comentó serio por el camino—. Casi no convenzo a Aslan y no creo que hayamos llegado muy a tiempo.

    —Llegaron justo a tiempo, y no es culpa suya, capitán. Las decisiones de los reyes no nos conciernen a nosotros sus súbditos —respondió con la voz apagada y él le miró de reojo, notando un atisbo de tristeza atravesar su serena faz.

    —¿Perdió a alguien hoy?

    —No, gracias a Dios. Mi familia es noble, vive en el palacio y hace dos días que habíamos sido evacuados, desde que llegamos estábamos encerrados en este lugar que parecía el hervidero del mal. No sabía si la guerra se desataría dentro o fuera.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora