Capítulo XLI

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El salón del trono estaba más que lleno aquella noche, la mayoría de invitados había llegado a la capital y se daría un banquete en su honor. Faltaban a penas dos días para la boda, pero los novios no pensaban siquiera en ello. Aslan estaba que echaba chispas, el rey de Aquémida y sus insinuaciones descaradas le hicieron rabiar, lo que más le molestaba era no haber podido decirle nada en absoluto. En otros tiempos le habría dicho hasta del mal que iba a morir, explotando como sabía él, y debía agradecer a Miranda por evitar que eso pasara, porque no les convenía.

Ella aún no llegaba, supuso que se estaba arreglando y no dejaba de esperarla impaciente mientras hablaba con los invitados. La mayoría comentaban sobre cómo todo había acabado así, claro, sin llegar a decírselo a él directamente. Habían tantas teorías que Aslan casi tenía que reír, algunos decían que Miranda tenía algún pacto oscuro y que le había embrujado, tal y como hizo con su pasado esposo; otros que de alguna forma ella se había acostado con él y ahora estaba embarazada de un heredero, por lo cual debía de tomarla por esposa.

Ninguno entendía o siquiera se acercaba a la realidad, Miranda no había hecho nada más que ser ella misma. Solo le había demostrado a Aslan que no estaba en un pedestal y le había dado algo más, la libertad de ser un hombre común y no un rey. Se había ganado su corazón a pulso y él también había tenido que luchar por el suyo; no entendía por qué a las personas le costaba entender que antes se odiaban, pero ahora se amaban.

-Vi que llegó Caleb de Aquémida -dijo Omar, parándose justo al lado del trono de Aslan-. Es uno de los culpables de varias revueltas en el imperio, ¿lo sabe, no?

Él asintió. -Sé que es uno de los que más problemas nos ha traído, él junto a Amra de Jordania fueron un dolor de cabeza en sus tiempos, pero desde que el segundo murió, se ha mantenido tranquilo.

-Aparentemente -añadió con sus ojos recorriendo el sitio y Aslan le miró con curiosidad-. Sabe que él y Miranda han hecho tratos.

-Es normal, los reyes de los estados independientes suelen tener relaciones allegadas por compartir la misma posición.

-No me refiero a eso, majestad.

Aslan frunció el ceño. -¿Insinúas algo?

-Nada en general, solo se rumorea que estaba interesado en ella.

-Eso me pareció también -asintió, recordando las palabras del rey cuando llegó al palacio-, pero Miranda no tiene nada que ver con él.

-Puede... Pero no se deje engañar, una mujer que cedió tan rápido a casarse cuando aún no hace ni un año de la muerte de su esposo, no es de confianza.

-Omar -musitó y su gobernador le miró, notando que aquellos ojos azules se habían teñido de furia-, tú sabes bien que ella no aceptó casarse así como así.

-Eso parece, pero las apariencias engañan, tal vez este fue su plan desde el principio.

Él iba a rebatir eso pero las puertas se abrieron, desviando su atención de la plática para ver que Miranda estaba ahí. Sonrió en cuanto sus ojos coincidieron y más al ver aquel hermoso vestido azul celeste enfundar su cuerpo. Traía el cabello recogido en una desarreglada trenza que caía hasta rozar sus caderas, dejando solo algunos mechones sueltos delante de su rostro y sobre su cabeza llevaba una sencilla diadema, que era la que le correspondía usar hasta que fuese coronada. Omar podía decir lo que quisiera, pero si de algo estaba seguro el emperador era que ella no tenía planes de llegar a ser emperatriz.

Aslan se acercó de inmediato y le extendió la mano, ella la tomó, dándole una ligera sonrisa.

-¿Bailas conmigo? -le pidió y si prometida asintió feliz.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora