Frente a la gran estructura derrumbada, estaban los otros seis paladines y alguien más, un individuo que ninguno conocía pero que parecía ser el motivo de la cita tan repentina. Hassan no tenía buena cara y los otros estaban casi en las mismas, aumentando la preocupación de Aslan.
—¿Quién es ese hombre? —inquirió el emperador al llegar junto a ellos y su capitán suspiró, despeinando su oscuro cabello.
—Es uno de los tantos comerciantes que deben llevar mercancías a los estados independientes, aunque todo es un gran teatro, una farsa —explicó y ambos reyes observaron al hombre que parecía haber sido golpeado antes de ser traído hasta su presencia—. Los estados independientes que han estado cayendo en crisis económica deben haber hecho tratos con personas como estas, que cuando más solo les han robado y acabado con sus cosechas, ganados, mano de obra, etcétera.
—El sujeto tardó en confesar —continuó otro—, tuvimos que darle algunos incentivos como verá. —Hizo referencia a los golpes—. Pero aún así no nos dio nombres, no de jefes grandes, solo de sus afiliados. Son prácticamente una secta que surgió hace mucho y que ha comenzado a quemar sembrados, envenenar animales, saquear mercancías, secuestrar barcos y más.
—Son tantas personas que solo podemos pensar, majestad, que quien está detrás de todo esto es alguien influyente, con dinero, poder y contactos.
—Lo peor de todo es que ellos creen que de veras están al servicio del emperador —añadió Hassan, frotándose el puente de la nariz—, este hombre lo jura y luego de una gran paliza no tendría por qué insistir en una idiotez como esa.
Aslan se acercó al tipo y le agarró del cuello de la camisa con fuerza. —¿Al servicio del emperador? Ni siquiera me habías visto en tu vida, bastardo.
—Majestad, piedad —balbuceó el sujeto y él le soltó como si fuera radioactivo—. Todos creímos que estábamos a sus órdenes. ¿Quién tendría tanto poder e influencias para hacer eso si no usted?
—¡Cualquier noble! —rugió airado—. ¡Cualquier maldito noble de Perdomia y hasta de otro estado que quisiera destruirme podría hacerlo!
—Pero incluso pagaba con su oro, majestad, pregúntele a ellos que lo vieron.
Aslan miró a Hassan en busca de una explicación para eso y él asintió, sacando una bolsa que vació en el suelo. Las monedas de oro fundidas con el sello de Perdomia, el león dorado, cayeron sobre el pasto.
—No es cualquier noble, Aslan, es uno de este mismo palacio.
—¿Saben quién es? Si logramos averiguar quién está detrás de esto podremos limpiar el nombre del emperador ante los demás estados independientes —intervino Miranda casi sin pensar, sorprendiendo a todos porque no había agregado nada en todo el rato. Ella carraspeó ante sus miradas—. No me miren así, esto es algo que lleva revolviendo a los reyes desde hace años, yo también creía que era cosa de Aslan.
—Lo de tu reino sí fue cosa mía, pero lo de los demás no —musitó ceñudo, mirando mal al hombre—. ¿Quién les daba este oro? ¿Algún guardia?
—No, majestad, se lo juro, solo llegaba un hombre encapuchado y nos lo entregaba, habían varios de esos, les llamamos supervisores.
—¿Aún al día de hoy están vigentes ese tipo de cosas?
—Sí, majestad, la meta era acabar con la independencia de todos los estados para que así Perdomia se volviera una sola nación, con una sola cultura y religión.
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Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)
Roman d'amour"Que sepa, majestad, que no me postraré ante usted a menos que esté muerta. Las reinas que se arrodillan pierden su corona, y yo no le daré ese gusto" Miranda, reina consorte de Amra de Jordania, fue coronada para sorpresa de todos y se convirtió en...