Capítulo XXXIX

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  Como Miranda supuso y no le sorprendió, las respuestas que llegaron a sus cartas de parte de los gobernantes de los estados independientes fueron más que malas. Ya de por sí sabía que iban a serlo, desde el momento en el que Aslan había salvado a Jordania de caer ante Kansbar, los reyes independientes no le tenían en el mismo puesto de antes, mucho menos ahora que les había informado que sería la nueva emperatriz. Y eso era malo, muy malo, porque necesitaba su apoyo para poder restaurar el orden y para eliminar a esa secta, que ya bastante les estaba costando. Quien sea que estuviera detrás de eso había pagado mucho por destruir a los estados que quedaban, y estaba siendo difícil pararlo.

    A solo días de la boda eso era lo único que ocupaba la mente de Miranda, no vestidos, ni arreglos, ni nada. Ya había mandado cartas de vuelta a los reyes explicándoles una vez más la situación, si no le escuchaban por ahí, al menos tenía esperanzas que el día de la boda pudiera convencerles en persona; claro, eso si asistían, de lo contrario sería la clara respuesta de que no pensaban negociar.

    Otra cosa que le molestaba era Gönül, más de una vez había aparecido a hostigarla, se notaba que la mujer no tenía ninguna intención de tener una buena relación con ella y Miranda tampoco iba a esforzarse por ello; no después de saber que fue la que ayudó a Sahir para hundirla. No confiaba en nadie dentro de ese palacio aparte de Aslan, Samara y Hassan, quien luego de estar tanto tiempo con ella en Jordania se había ganado ese lugar. Esos dos últimos le preocupaban, su dama de honor llevaba los últimos días sin parar de trabajar, como si necesitara tener la mente ocupada para no pensar en algo, o en alguien. Notó como ya no se sentaban juntos como habían estado haciendo desde que llegaron, y las obvias miradas que el capitán le tiraba a la chica cuando no lo notaba. Había cierto tono de tristeza en sus ojos oscuros que le rompía el corazón, Hassan casi siempre parecía estar alegre, aunque ya sabía de sobra que esa solo era la fachada para pasar desapercibido; pero tenía la mirada vacía en esos tiempos.

    Y ni hablar del emperador, Aslan estaba más paranóico que nunca, jamás le había visto tan fuera de sí y comenzaba a preguntarse el porqué. Había visto como mandaba más de una vez a inspeccionar la estructura del salón donde se celebraría la boda, y hasta él mismo lo había hecho en persona como si no confiara en nadie para la tarea. Ella sabía que estaba asustado, aun si fingía muy bien que no delante de los demás, lo que no entendía era la razón para ello.

    Ahora estaba ahí, en medio del salón de bodas, ese mismo donde habían montado todo el espectáculo la última noche en que quisieron hacerle la encerrona a Aslan. Sonrió al recordarlo, no solo había disfrutado frustrar los planes de Layla y Gönül, también disfrutó preparar todo, en especial la gran caída que se dio el capitán. Se había dado un susto de muerte, creyó que se habría matado, pero luego de comprobar que estaba más que bien y solo algo magullado, no pudo evitar reír por horas al respecto, de hecho, ella no fue la única, también Samara y el resto del escuadrón, lo que ellos con más disimulo. Habían pasado cosas buenas a pesar de las malas, todo de una forma u otra le había ayudado a sobrellevar el cambio y a soportar los días enteros sin ver a Aslan por sus responsabilidades. Él le dijo que sería así solo hasta que ella fuera coronada, luego tendría que aguantarlo casi todo el día porque no la dejaría en paz ni un segundo.

    —Te estaba buscando —escuchó a sus espaldas la voz del emperador, como si lo hubiera llamado con el pensamiento y se giró para verlo—. ¿No deberías estar probándote el vestido, eligiendo el menú o yo qué sé?

    —No me apetecía, este salón me gusta de alguna forma extraña —comentó, observando alrededor, personas de la servidumbre se movían de acá para allá, preparándolo todo.

    —Uhm, este lugar tiene una hermosa historia, debe ser por eso. —Ella le miró intrigada al oír la respuesta, sacándole una sonrisa—. El antiguo emperador, mi padre no, el anterior; fue el que mandó a construir este sitio como regalo para la mujer que amaba. —Le señaló el fino trabajo de cristalería del techo—. Solo una vez al año, el mismo día en que dicen le conoció, en el centro del salón se forma gracias a la luz solar las iniciales de sus nombres. Hay un reloj en el techo que mueve la cristalería para lograr que solo en ese día del año se vea. Es un trabajo muy fino, le costó una fortuna así que debía de amarla bastante.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora