Capítulo LV

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    —Miranda, despierta —le llamaban a lo lejos—. Ángel, despierta, por favor —la voz de Aslan sonaba quebrada y ella poco a poco comenzaba a abrir los ojos.

    Estaba desorientada y el dolor comenzó a hacerse presente en su cuerpo una vez más, un quejido bajo salió de entre sus labios, antes de poder ver con claridad el maltratado rostro de su esposo. Sus últimos recuerdos comenzaron a venir y sus ojos se humedecieron.

     —Miran…

     —Tranquila, no pienses en eso, estás muy mal —le pidió, apartando algunos mechones de cabello de sobre su frente, aunque ella notó que él tampoco estaba bien.

    —Dime dónde está Miran, Aslan —suplicó llorando, mientras se sentaba sobre la cama y él tuvo que alejarse para no caer en la desesperación—. Aslan…

    —Lo tiene Sadegh, hace ya casi una maldita semana de que Sadegh lo tiene —las palabras le supieron a veneno en su boca, cada que lo recordaba se sentía morir—. Miranda, yo… Yo no he logrado traerlo, el ejército de Kansbar se retiró pero se lo llevaron. Sadegh se lo llevó y… Tiene a mi hijo. No sé cómo está, no sé si está bien, no sé si tiene miedo, o hambre, o frío…

    —Aslan, lo siento… Todo es culpa mía —sollozó al ver su estado—. Todo es mi culpa, yo tenía que haberlo cuidado, yo… Yo en serio lo siento…

     Él la envolvió en un abrazo, dejando que llorase en su hombro, haciendo lo mismo sin poder contenerse. Había conocido lo que era la desesperación en todos esos días, entre ella que no despertaba y Miran secuestrado, casi creyó que perdería la cordura. El diagnóstico que le habían dado de Miranda no había sido alentador en absoluto, incluso llegaron a decirle que no iba a despertar por la cantidad de golpes y la herida de flecha que tenía, ya que la segunda incluso se había infectado. Cuando la fiebre comenzó a ceder, fue un alivio porque sus delirios tampoco le ayudaban, ella solo hacía llamarlo a él o a Miran, a veces a ambos en oraciones inentendibles.

    Abandonó la habitación cuando quedó dormida una vez más, ella tardaría en recuperarse del todo y él tenía que reunirse con Hassan, no había olvidado lo que hizo, pero luego de aquel día, supo que aunque hubiera provocado los primeros derrumbes, el de Miranda no había sido cosa suya; y aunque le doliera, comenzaba a creer que de veras había sido Omar, que seguía encerrado, pero ahora en sus aposentos, y había sido relegado de su cargo por el momento.

    Llegó a la sala de estrategias y allí ya le esperaban sus siete paladines, el general de su ejército y todos los comandantes. Tomó un poco de aire para serenarse y se acercó, debía pensar con la cabeza fría por el bien de su pequeño.

    —Ir hasta Kansbar es un suicidio, todos sabemos que una negociación sería más propicia, pero lo que Sadegh está pidiendo es más de lo que podemos dar —advirtió Hassan.

   —Yo daría mi corona sin pensarlo si supiera que esa sucia alimaña cumplirá su palabra, pero sé que no lo hará, en cuanto tenga el poder me matará a mí y a mi familia —dijo Aslan, convencido de que esa no era una opción.

   —La única forma para no morir en el intento sería hacer una misión de rescate. Hemos estado debatiendo, majestad, y creemos que el imperio de Erligang nos puede ayudar, sus guerreros son conocidos por ser hábiles en el arte de entrar y salir de cualquier parte sin ser vistos.

    El emperador había oído hablar algunas veces de ese imperio, no era más grande que Perdomia, pero estaba bien protegido por una gran muralla. No eran enemigos, pero tampoco aliados, sus relaciones eran inexistentes, se preguntaba si su emperador estaría dispuesto a hacer una alianza.

    —La idea de Erligang es buena, majestad, ellos incluso hacen frontera con Kansbar y tengo entendido que sus relaciones no son las mejores. Dicen que han intentado invadirlos varias veces y no lo han logrado, sin dudas es una alianza que si se hace bien no solo nos ayudará ahora, sino en un futuro.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora