Capítulo XXXIV

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        La mirada pesada del emperador sobre su persona no le dejaba cenar en paz, Aslan no le quitaba los ojos de encima incluso si estaba a dos sillas de él. Lo había hecho a propósito, sabía que no debía estar en ese puesto porque era su futura esposa, pero si ya se sentía cohibida ante su azulada mirada incluso a esa distancia, no quería imaginarse estando más cerca.

    Todos los comensales allí presentes cuchicheaban muchas cosas, entre ellas el hecho de que cierta reina estuviera sentada a la mesa luego de ser anunciado el compromiso en medio de la cena. Miranda notó que la chica, la tal Layla, no estaba ahí, así que supuso que en definitiva era solo una pobre concubina, ni siquiera era una noble de Perdomia.

    Samara parecía más animada, no estaba sentada en la mesa principal, se encontraba en otra junto a los de su rango de clase, eso le incomodó. Sabía que era así, pero esa niña era a quien único conocía de todo el sitio, además, estaba sentada con Hassan quien parecía alegrar la noche con su típico aire de libertad. Se había acostumbrado a su compañía y ya casi hasta le consideraba un amigo por lo mucho que le había apoyado mientras estuvo en Jordania. Suspiró tomando otro bocado. ¿Por qué las únicas personas con las que se sentiría cómoda en esa mesa, tenían que estar en otra? La vida era muy injusta con ella.

    —Sabía que te gustaba la reina —masculló bajo Sayreth, con mucha emoción para que su hermano le oyera—. Te lo tenías guardado, pero como dice el dicho. Los que se pelean, se desean.

    —Me pregunto quién te habrá enseñado esas cosas, jovencita —le reprendió con algo de diversión y su hermana se encogió de hombros divertida—. Las cosas entre ella y yo no fueron así de simples, ni lo son —musitó, bebiendo de su copa y volvió a observar a Miranda. No podía dejar de verla, de deleitarse en su inusual belleza y frescura. Le hizo feliz ver que se había puesto el vestido que le escogió y aún más porque le quedaba al dedillo, siempre había sido bueno tomando medidas con sus manos, era un don por el cual le habían alabado muchas mujeres.

    —Por un momento creí que te quedarías con la sumisa de Layla, digo, porque esas son más tu tipo —oyó que comentaba Sayreth y le miró—. Además, en el harem no dejan de hablar de que ella es tu favorita, la llamabas diario. ¿Qué opina Miranda de ello?

    —No lo sé, seguro no le gustará saberlo, ya de por sí no le gusta —dijo medio desinteresado—. Y Layla solo era sexo, uno bueno, pero sexo al fin, seré muy ardiente pero puedo controlar perfectamente mis demonios. Hasta ahora por muy buena que sea en la cama jamás me he dejado cegar, sé que eso es lo que quiere y no soy tan estúpido para caer mansito en sus garras. Ella jamás fue candidata a emperatriz, llegó cuando ya había conocido el sabor de otra fruta, una que me da más gusto que la sumisión. Mi querida reina con lengua de fuego no solo hizo arder mi cuerpo, sino también mi corazón.

    —Estás perdido —se burló su hermana, sacándole una sonrisa.

    Aslan miró a su gobernador y madrastra a lo lejos, seguían con esa mala cara, pero no le interesaba, nadie le separaría de Miranda, ella sería su emperatriz.

    La cena acabó minutos después y todos se quedaron reunidos en el salón, conversando como era costumbre. Miranda lo hizo un rato, habló con Hassan, Samara y algunos de los paladines que estaban allí presentes, mejorando con creces su noche. Aún así seguía agotada, había llegado de un largo viaje y no le habían dado tregua ninguna, necesitaba un descanso y por eso decidió retirarse del salón antes.

    Iba por el pasillo sumida en sus pensamientos cuando sintió que la giraban, tirando de ella hasta que colisionó con un fuerte pecho. Sus ojos se abrieron como platos al identificar bajo la tenue luz de los candelabros la figura de Aslan, que la sostenía mirándola con una sonrisa en los labios.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora