Capítulo XVI

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    El carruaje cayó, junto con el puente y todos los escoltas de Miranda que iban a sus lados. No pasaron ni dos segundos y los guardias de la entrada se pusieron en movimiento para rescatarlos.

    Aslan fue el primero en correr hasta el lugar, vociferando las órdenes para que las sacaran de inmediato. Sentía una desesperación extraña llenarlo y los pocos metros que lo separaban de la salida del palacio se le hicieron eternos. Corrió hasta el borde del puente derrumbado y vio como todos estaban allá abajo, el agua corría, las piedras del puente habían caído sobre los hombres de Miranda hiriéndoles a ellos y a sus caballos. El carruaje no estaba muy distinto, estaba destrozado y ellas seguían dentro de seguro.

    —¡Majestad, no baje, es peligroso! —escuchó que le gritaba uno de sus hombres a sus espaldas cuando sus pies comenzaron a descender por la ladera que daba hacia el riachuelo. ¿Qué le importaba si se hacía daño? Sus hombres estaban siendo muy lentos para su gusto, él necesitaba sacarla de inmediato.

    —¡Miranda! —la llamaba mientras subía sobre los escombros que impedían su paso hasta el carruaje. Sus hombres ya habían bajado detrás de él y comenzaban a rescatar a los heridos— ¡Miranda, responde! —llamó de nuevo y ya estaba a unos pasos del carruaje.

    —Auxilio —escuchó la voz de Samara contestarle—. Ayuda, la reina está herida —le oyó lloriquear y ni se lo pensó, apartó las piedras que bloqueaban la puerta del carruaje, que estaba volcado de lado, y la pateó con fuerza hasta abrirla.

    Samara cubrió con su cuerpo a la reina cuando vio que pateaban la puerta para abrirla. Ni siquiera habían notado cuándo cayeron y se sentía adolorida, sabía que solo tenía unos golpes pero Miranda estaba inconsciente y con una contusión fuerte en la cabeza.

    Aslan logró abrir la puerta y vio el estado deplorable de ambas, una peor que la otra. —¡Necesito ayuda aquí, ya! —gritó y volvió a mirar a Samara, le extendió la mano para ayudarla a salir, pero ni siquiera podía caminar, se había lastimado una pierna.

    —La reina...

    —Yo me encargo de ella —le interrumpió y se la entregó a uno de sus hombres que había ido al escuchar su orden. Él se la llevó y Aslan no dudó ni un segundo en entrar al carruaje para sacar a Miranda. La tomó en brazos con cuidado, analizando la situación, vio el golpe de la cabeza, las heridas por los cristales rotos de las ventanillas del carruaje y otros golpes que de seguro tendría por la caída.

    —¿Majestad, necesita ayuda? —le preguntó un guardia desde fuera y él asintió, poniéndose en pie. El oficial le ayudó a sacar a Miranda con cuidado y luego salió, sin dejar de percatarse del familiar olor que sentía.

    Cuando estuvo fuera pasó uno de sus dedos por las piedras y notó el polvo blanco y brilloso que se impregnaba en sus manos con olor a azufre. Apretó los dientes, ni en un millón de años olvidaría ese olor, era vooz, y estaba seguro de que el derrumbe de ese puente no había sido casualidad.

    Fue hasta el hombre que tenía a Miranda en brazos y se la quitó, él mismo la llevaría dentro para que lo tratasen. Caminó por los pasillos del palacio como una furia, ya había ordenado que le trajesen al mejor curandero, a quien fuera, pero que lo necesitaba ya. Dejó el cuerpo inerte de la reina sobre la cama de los aposentos reales y no pasó ni dos minutos cuando entró el curandero real. Él se puso a revisarla y Aslan solo caminaba como león enjaulado de un lado a otro. Vooz en la estructura del puente, era más que obvio que había sido un atentado, todos sabían que el vooz no podía estar ni cerca de Perdomia, que estaba prohibido por las leyes incluso si era un material precioso.

    —Creo que no tiene daños severos, majestad —el curandero llamó su atención—, pero sería recomendable que no se moviera de lugar en unos días, por su seguridad —le explicó y Aslan notó como ya le había curado la herida de la frente y la había vendado, ahora se encontraba curando las de los brazos.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora