Capítulo XXXI

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    Volver a Perdomia no era algo que les hiciera mucha ilusión a Miranda o a Aslan, la primera porque no podía olvidar todos los horribles días que había pasado en el sitio y la forma tan terrible en la que se había marchado; y el segundo, porque estaba claro de que tendría una gran batalla cuando todos se enterasen de a quién había elegido como su futura emperatriz.

    El viaje hasta allá había sido tranquilo, salieron casi el mismo día en que se cerró el trato. Aslan le dijo a Miranda que no tomara nada, solo lo que considerara importante, de lo demás se encargaría él de conseguirlo. Quería hacer las cosas diferentes para ella, quería que dejara de sentirse mal, de vestirse como una viuda y comenzara a hacerlo como su futura reina. Debía admitir que le gustaba le idea de tenerla a su lado, le hacía feliz, y, sobre todo, se sentía seguro de su decisión como de ninguna otra. Miranda era la indicada, no solo porque la amaba, sino porque algo le decía que era así.

    Llegaron al interior de los muros del palacio y el emperador se bajó de su caballo, dirigiéndose hasta el carruaje en el cual iba ella junto a Samara, a quien le pidió que le acompañase y que accedió con gusto. Miranda se había quedado dormida la mayor parte del viaje, pero desde que habían entrado a Perdomia, había despertado. Aslan le extendió la mano, la ayudó a bajar y cuando tuvo sus pies sobre el pavimento, quedando frente a frente, él sonrió mientras le arreglaba su cabello que se había despeinado, sin importarle un comino que estaban en público.

    —No te preocupes por nada, ¿está bien? —le pidió deslizando su mano por su mejilla hasta llegar a su mentón y ella asintió.

    Él le extendió su brazo para que se colgara y ambos comenzaron a adentrarse en el lugar, seguidos por Hassan, Samara y algunos guardias. Miranda, por alguna razón extraña, no se sentía cohibida ante la nueva experiencia, ni incómoda al estar tan cerca de Aslan; pero sí preocupada por cómo reaccionaría la corte ante el hecho de que él la hubiese elegido luego de sus altercados. Sabía que la batalla solo acababa de comenzar y, aunque dijera que estaba bien, no era así, solo esperaba no arrepentirse de haber aceptado la propuesta del emperador.

    A medida que se acercaban al salón del trono el agarre de ella sobre el brazo de Aslan se tensaba, comenzaba a preocuparse más de la cuenta. ¿Qué pasaba si Aslan se arrepentía? ¿Y si al final todo era un engaño para poder llevarla a Perdomia? Ella había cedido muy fácil ante él. ¿Qué tal si todo era mentira?

    —Aslan...

    Él le negó con la cabeza y le dio una sonrisa, interrumpiendo lo que sea que fuera a decir. Su mirada le calmó por un momento, desde hacía mucho los ojos azules del emperador habían comenzado a mostrar cosas distintas al profundo odio que antes había en ellos cuando le miraba. Al principio solo veía deseo luego de que se enteró de que ella era el ángel, y ahora... No lo sabía, tal vez se estaba ilusionando de más por sus palabras, palabras que bien podrían ser solo eso, promesas vacías.

    Entraron al salón y respiró sintiéndose más nerviosa. No había nadie más que la reina madre, la princesa y el gobernador, quienes parecían tener un gran signo de interrogación sobre sus cabezas por el hecho de verla ahí. Aslan avanzó sin variar de expresión hasta que estuvo al pie de las escaleras y sonrió.

    —Bueno, ha sido un tiempo —dijo como si se hubiera ido de vacaciones y la mirada de su gobernador le taladró reprensivamente—. ¿Hay algún problema en el reino del cual no sé y por eso están aquí?

    —¿Qué significa esto, Aslan? —cuestionó la reina madre, levantándose del trono y bajó las escaleras para quedar frente a frente. Observó a Miranda por un instante, dejándole ver el desprecio disimulado que ahora salía a la luz en todo su esplendor—. Pensé que ya se habría deshecho de esta traidora.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora