Capítulo X

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    La mañana llegó y Aslan se sentía en un ensueño, no salía de su trance y no podía dejar de sentir sus deseos oscuros consumirlo. Luego de que su ángel misterioso se fue de su habitación, mandó a que le buscaran alguna concubina y la tomó como nunca en su vida, imaginándose que era aquella a quien de veras deseaba. Lástima que solo se quedaba en eso, imaginación, y ese hecho solo hacía que la deseara más.

     "Un baile todas las noches". Solo un baile... Y si le daba su cuerpo era capaz de darle la mitad del reino si se lo pedía, estaba seguro de ello. Aquella desconocida le traía loco y sabía que no era bueno pero... ¿Qué podía hacer esa chica?

    De inmediato a su mente vino a quien tenía por soberana y enfureció. ¿Acaso todo era obra de Miranda? Claro que sí, de seguro que la muchacha se lo había comentado y ella había aprovechado para evitar que él usara a su dama de honor como pretendía. Se levantó de la cama con aquel dilema, quería hacer sufrir a Miranda, debía tomar a esa chica para que entendiera que con él no se jugaba pero... "No llame a ninguna joven de mi reino, yo vendré por ellas". Esas palabras no le dejaban tranquilo, si hacía lo que tenía pensado, Miranda no dejaría que su ángel volviera y perdería la oportunidad de hacerla suya como tanto deseaba, y mira que lo deseaba.

    Por el bien de su cordura, decidió que no insistiría con lo de la dama de honor, para la reina tenía planes que sabía le harían sufrir más y someterse a su voluntad. Luego de eso simplemente podría tener a aquel ángel para él solo, ya que fuera del juego su reina, ella sería suya...

    Miranda estaba sentada en su cama hecha un ovillo, balanceándose hacia adelante y hacia atrás. No había pegado ojo en toda la noche, no quería volver a hacer eso, no quería volver a bailarle al emperador. Estaba aterrada, no quería que él la tocara. ¿Y si se salía de control? Nadie la salvaría y era obvio que él era mucho más grande y fuerte que ella, lo notó mejor la noche anterior ya que no traía zapatos de tacón como las veces que le había encontrado. Era alto, condenadamente alto, incluso más que Tarek, y fuerte, lo que las chicas decían de él no era para nada mentira, ni tampoco exageraciones. Era apuesto y toda una rareza en esas tierras, era raro encontrar ojos azules y cabellos rubios por allí; pero aún así era un monstruo y no podía dejar de verlo como tal. El pensamiento le casuaba retorcijones en el estómago.

    Partiría, lo haría ese mismo día si fuera necesario.

    Samara entró a la habitación de su soberana y el verla así le espantó. Insistió en que le dijera si se sentía mal pero Miranda negó y solo le pidió que le preparase un baño. La chica estaba ajena a lo que le hubiera podido pasar de no haber intervenido su reina, aquello lo había hecho ella sola y por eso debía huir, porque nadie podría ayudarla si el emperdor decidía tomarla por la fuerza.

    Se alistó y salió de su recámara unas horas más tarde. Se sorprendió cuando vio llegar a Tarek por el pasillo con cara de muy pocos amigos. Se detuvo y notó el sobre con sello real en sus manos, se le enfrió la sangre.

    —El emperador le manda esto, majestad —musitó con sequedad y furia, que a Miranda no le pasó desapercibida.

    —¿Por qué estás así? ¿Te dijo algo más?

    —No lo suficiente —respondió y ella no entendía su actitud pero se le olvidó en cuanto vio el contenido del mensaje.

    —Quiere verme, quiere... Quiere que demos un paseo por... Por los alrededores —Sentía que el estómago se le revolvía, no quería volver a ver a ese hombre, no quería tenerlo cerca. ¿Y si la reconocía? ¿Y si lo había hecho?

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora