Capítulo LVI

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    El movimiento hacía pedir piedad a los huesos de Miranda, aunque habían pasado ya dos semanas en ese maldito carruaje del demonio, aún le dolía el cuerpo; no había acabado de sanar. Llegarían a Erligang dentro de unas horas y no podía negar que estaba ansiosa y Aslan también. Durante esos días había estado serio y distante, pensaba que era por Miran, pero su plática de la noche anterior dentro del carruaje le había hecho cambiar de opinión…

    —¿Ángel, cómo era tu padre? —había preguntado de momento, mientras acariciaba de forma inconsciente su cabello con suavidad. Ella le miró de reojo, algo sorprendida por su pregunta y sus ojos coincidieron antes de que él le regalara la sonrisa más triste que le había visto esbozar jamás—. Nunca me has hablado de él.

    —Porque no le conocí —respondió incómoda, hacía mucho que no hablaba del tema—. Mi madre dijo que murió antes de incluso saber de mi existencia, pero siempre decía que era un gran hombre, y que de haberme conocido, me habría amado. Siempre ha dicho que nos parecemos mucho, según ella, saqué mi carácter de él.

    —Ese mal carácter.

    —Eh. —Golpeó su hombro sonriendo y él besó la punta de su nariz, antes de juntar sus frentes con los ojos cerrados.

   —Estoy seguro de que te habría amado, de que estaría orgulloso de verte convertida en la mujer fuerte, maravillosa y sabia que eres. Es imposible no amarte después de conocerte, mi hermoso ángel sin alas.

    La noche les cubría y no le dejaba ver el rostro de Aslan, sin embargo, la tristeza era más que evidente en su voz. Acarició sus mejillas con ambas manos antes de envolverlo en un abrazo que sentía que necesitaba y susurró:

    —No tienes que sentirte mal porque te duela Omar, lo amas y eso no te hace débil, de lo único que pueden acusarte es de tener corazón, y eso solo te hace un gran hombre, el hombre del que me enamoré y que amo con todo mi ser.

    Él se aferró un poco más a su abrazo, sintiendo como las primeras lágrimas fluían. —Quédate conmigo siempre, ángel, ¿sí? Y déjame morir a mí primero… Aunque sea egoísta, déjame irme primero, no quiero vivir sin ti en este mundo. No me queda nadie en quien confiar y ya perdí dos esposas, déjame ser yo quien se vaya esta vez…

    Miranda asintió a su petición, aunque sabía que esas eran cosas que no se podían controlar, pero él estaba roto en ese momento y aunque al salir el sol se había vuelto a encerrar en sí mismo, sabía que aún la quería, que aún la necesitaba a su lado tanto como ella.

    Las horas se hacían incontables, Aslan estaba fuera con Hassan, por el día solía ir a caballo y en las noches era que se quedaba dentro del carruaje. Samara era la que hacía el trayecto diurno con Miranda, aunque la chica estaba tan apagada como todos, era como si la tristeza se les hubiera contagiado como una enfermedad. No le había preguntado porque imaginaba que tenía que ver con Hassan, a quien el emperador solo le hablaba de ser estrictamente necesario, nadie le había explicado nada, y suponía que se debía a que en sus mentes solo estaba el rescatar a Miran.

    Cuando estuvieron al fin cerca de la capital de Erligang, ya acompañados por algunos soldados erileses que les dejaron atravesar la muralla, Miranda le insistió a Aslan para que le dejase ir fuera con él en su caballo. Estaba sufriendo por el movimiento, pero se sentía emocionada de ver la belleza del lugar. Tal y como Amra le había descrito, la arquitectura de ese imperio era diferente en todo a la suya, sus casas estaban hechas de ladrillo y madera con techumbres con grandes aleros, cuyas puntas se encorvaban hacia arriba, y eran mayormente multiinclinados.

    Un gran arco triunfal de tipo arquitrabado los recibía en la entrada de la ciudad, algo que ellos veían por primera vez, parecía como si todo fuera de otro mundo.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora