Capítulo XXXV

1.9K 369 51
                                    

    Aslan llevaba rato esperándola, preguntándose qué la tendría tan entretenida como para que no hubiera vuelto en horas. Temprano supo que no había salido de la habitación en toda la mañana, pero cuando pudo liberarse de sus obligaciones para ir a verla, ella ya no estaba ahí, por eso decidió esperarla. Había visto su rabia el día anterior, pero su cita era importante y por más que deseara explicarle a Miranda, no entendería, no aún, y no podía faltar a ella.

    Suspiró, pasándose las manos por el rostro con frustración y casi en el mismo instante sintió la puerta abrirse. Notó la figura de la mujer que amaba detrás, estaba despeinada, su moño alto caía medio chueco y algunos crespos rebeldes se colaban en su rostro, resaltando aquel color de ojos tan hermoso que tenía. La recorrió con la mirada como siempre, sin poder evitarlo, feliz de ver lo bien que le quedaba ese vestido.

    —No quiero verle, emperador —su tono seco le sacó de su escrutinio y le vio acercarse al clóset, comenzando a rebuscar algo.

    —No te estoy pidiendo permiso, vamos a hablar.

    —Vaya, parece que ya se te olvidaron las palabras mágicas, egocéntrico de m***** —soltó molesta olvidándose de etiquetas y de lo que fuera, estaba que la llevaba el demonio, no quería saber de él.

    —No te tenía por boca sucia, ángel.

    Ella respiró hondo apretando los puños al oír ese nombre y le asesinó con la mirada, abalanzándose hacia él más que furiosa. —¡Me vuelves a decir ángel y juro que te mato así seas el emperador, maldito egocéntrico, estúpido, altanero, imbécil! —le gritó salida de control, golpeándolo con sincero odio.

    —Eh, cálmate, fiera, que no he hecho nada para que me golpees así. —Le detuvo, sujetando sus muñecas y ella respiró agitada bastante furiosa—. ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás así?

    —¿Que por qué estoy así? —preguntó exaltada, alejándose de él— ¿Es que acaso no tiene vergüenza? ¡Es un cínico, mentiroso, embustero, farsante y un maldito bueno para nada!

    —Miranda, deja de ofenderme de una vez —gruñó exaltado. Sí, le gustaba su carácter pero todo tenía límites y él no había hecho nada para que se pusiera así, nada que recordara—. Vine aquí para hablar contigo y explicarte lo de anoche, no para que me grites todos los adjetivos que de seguro conoces para ofenderme.

    —¡Pues es lo único que recibirá de mí, maldita rata mentirosa!

    Él alzó los ojos al cielo, pidiendo paciencia. ¿Qué rayos había hecho para enamorarse de una mujer así? —Mira, sé que piensas muchas cosas pero si me dejas explicar...

    —¿Explicar qué? —le interrumpió más airada— ¿Que se acuesta con las mujeres del harem porque es su deber como emperador? Eso ya lo sé, y su maldita explicación se la puede meter por donde no le da el sol, ¡porque no pienso oírla!

    —¡Si serás obstinada, mujer! —gritó furioso— ¡Maldita sea, solo escúchame!

    —¡No voy a escucharlo, no lo haré! ¡No pienso dejar que me intente engatusar con mentiras, si quiere acostarse con o...!

    —¡Maldita sea, calla de una vez! —le paró casi en un rugido, dando zancadas hasta dejarla arrinconada contra la ventana de cristalería. Su respiración estaba agitada y sabía lo que Miranda debía estar pensando, que iba a golpearla o algo peor, pero es que necesitaba que se callara por un instante—. Escúchame, reina con lengua de fuego, escucha sin hablar por una vez en la vida, solo una.

    Ella le miró con odio. —No —musitó y de sus ojos cayó la primera lágrima, odiándose por ser tan débil en ese momento, por saber que Aslan siempre acababa derrumbando sus barreras—. No quiero oírlo, no quiero verlo, no le quiero, le odio, lo hago. Así que váyase ahora mismo de aquí y quédese con su maldita concubina favorita.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora