Capítulo XXIX

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       Y allí estaba, justo delante de la puerta donde se efectuaría su compromiso, donde se tendría que unir por el resto de sus días con un hombre que no amaba, y que para colmo, odiaba. La sensación era muy parecida, pero al mismo tiempo tan distinta de cuando se había casado por primera vez... Con Amra también había sido así, ella no sentía nada en ese momento y él tampoco, sin embargo, el rey quería que ella fuera su esposa, que se convirtiera en una gran reina. Miranda aún no entendía sus motivos, Amra siempre decía que le había escogido por su forma de hablar, porque había nacido para ser reina, pero... Luego de casarse, una y otra vez no había dejado de oír lo mismo de él y de Nihat, "Debes hacerlo porque eres la legítima emperatriz". En ese entonces y aún ahora no entendía lo que querían decir con ello, pero sabía que Nihat había muerto creyendo en ella, en que podrían hacer justicia y derrocar al tirano que les oprimía.

   Ahora las cosas eran distintas, Miranda estaba sola, ellos se habían ido, no había logrado en absoluto su propósito y nada de lo que vivió tenía explicación o respuesta, incluso las líneas de lo bueno y lo malo se habían vuelto borrosas. Había conocido a Aslan, al tirano que Amra le había enseñado a odiar por años, y que ahora era el único hombre que estaba a su lado. ¿Quién estaba detrás de todo? No lo sabía, y no tenía idea de si luego de casarse podría averiguarlo, su estabilidad emocional no duraría mucho, estaba a punto de quebrarse y sabía que lo haría, una vez fuera mujer de ese hombre... Terminaría hecha pedazos.

   —¿Majestad, le anunciamos? —preguntó el vocero y ella iba a responder, pero otra voz se lo impidió.

   —Aún no. Mi reina, debe venir conmigo, es urgente. —Hassan la tomó de la muñeca y se la llevó prácticamente a rastras de enfrente de la puerta.

    Miranda le preguntó de qué iba todo eso pero él no respondió, solo le dijo que siguiera caminando y confiara. Llegaron al frente de un saloncito del palacio y abrió para que ambos entraran, luego cerró la puerta con llave.

   Ella le miró mal. —¿Qué estás haciendo?

   —Lo mejor será que se siente, majestad, porque hoy no habrá boda...

   Las puertas del salón de bodas se abrieron y todos los allí presentes se giraron en busca de la novia, pero sus rostros empalidecieron al ver la figura de nada más y nada menos que el Emperador. Aslan recorrió con sus azules ojos el sitio, logrando distinguir al supuesto novio al final del camino que había comenzado a atravesar. Todos los allí presentes se inclinaban a su paso, dándole la bienvenida, incluso si casi los había matado del susto.

   —No pensé que nuestra reina le hubiese invitado, emperador —comentó Sahir, haciendo una ligera reverencia por respeto, y guardando para sus adentros la obvia molestia que sentía por su interrupción.

   —La reina no me invitó, la verdad, sigue siendo tan mal educada como siempre —respondió mirando alrededor con una sonrisa divertida—, pero bueno, no soy rencoroso, y por eso me he tomado el atrevimiento de venir, a decir... Que hoy no habrá boda.

   Todos los allí presentes miraron al emperador con horror y sorpresa. Sahir frunció el ceño y sus ojos conectaron con los de Aslan, quien pintaba una sonrisa de maldad en sus labios, estaba disfrutando eso más de lo que pensó, y creyó que no llegaría a tiempo incluso.

   —Usted no tiene derecho a hacer algo así.

   —Ah, cierto, no lo tengo —dijo con falsa inocencia al tiempo que subía las escaleras que dejaban en alto el trono. Pasó su mano por encima de este y luego se giró para verles a todos mientras se sentaba en el pasamano—. ¿Y quién me lo dice? La reina no está aquí y usted… —Le miró de arriba a abajo con desprecio—. Usted aún no es nadie, ¿verdad, Sahir, príncipe desheredado por haber cometido alta traición queriendo deshacerse de su padre?

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora