Capítulo XLIV

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    El carruaje aparcó en frente de los portones del palacio y Samara sintió que el aire volvía a sus pulmones. Los pocos minutos que duraba el trayecto desde el pueblo hasta allí le habían parecido eternos con Hassan a su lado. Él se veía demasiado relajado, y bueno, no le sorprendía, quien iba al campo de batalla arriesgando su vida como si de veras fuera inmortal no iba a huir como cobarde de una simple chica. Suspiró cuando el capitán salió para ayudarla a bajar, pero la tensión volvió a su cuerpo en cuanto tuvo que darle la mano para ello, con ese simple contacto ya era suficiente para estremecer su mundo, el de ambos, que parecían estar en una eterna conversación de miradas bajo las luces del ocaso. No estaban solos, pero se sentía como que sí, como si nadie más estuviera ahí.

    —Las telas para el emperador... —Ella acabó con el contacto de sus manos, rompiendo la burbuja—. Dudo que le importe mucho que no sean muy lindas, ¿no? Creo que ya le he visto con un traje de una tela parecida —masculló bajo, viendo las telas con reproche, no había visto lo que escogió por los nervios.

    —¿En serio estás hablando de telas?

    —Es mejor que nada —respondió, tomándolas con intenciones de entrar de una vez al palacio, pero fue detenida por la cálida y húmeda presión de otros labios sobre los suyos. Iba a echarse para atrás cuando Hassan sujetó sus brazos sobre la tela que los separaba, extendiendo un poco más el contacto.

    Al separarse él sonrió divertido al ver su perplejidad. —Esta es la parte donde me gritas "¡Ese fue mi segundo beso!" —imitó su voz en esa última frase comenzando a reír y ella le golpeó su pecho con las telas.

    —¡¿Podría ser más pesado?! —chistó avergonzada y le habría seguido reclamando de no haber notado que cerca de los portones había un mensajero, reconoció el sello que mostraba, era de Jordania. Le dio las telas a Hassan y caminó a paso rápido hacia él, tal vez era una carta para ella o una información para la reina, de ser así, lo mejor era que ella misma se la entregara—. ¿Es un mensaje de Jordania para la reina? —inquirió al joven quien asintió—. Yo soy su dama, puedo entregárselo.

    —Es con suma urgencia, la carta hace tiempo fue dejada a mi jefe y me mataría si no llega a manos de la reina.

    —Tranquilo, nosotros se la daremos —dijo Hassan desde detrás de Samara y el joven asintió, entregándole la carta a la chica.

    Ella observó el sobre por unos instantes, el sello grabado en la cera roja se le hacía familiar, pero no recordaba de dónde.

    —¿Nos vemos esta noche en la cena? —oyó que le preguntaban y sonrió, alzando sus ojos al capitán.

    —Claro, dele las telas al emperador, yo iré a llevarle esto a la reina. Nos vemos.

    Samara entró al palacio con una sonrisa tonta en su rostro, y con sus dedos rozando su labio inferior al recordar la sensación de aquellos que hacía nada habían vuelto a invadirlos. Suspiró, nunca creyó que ir a Perdomia desataría todo eso, mucho menos que estaría interesada en un hombre como él. Sabía de toda su mala fama, pero siempre se había comportado como un caballero con ella y con eso se quedaría por el momento.

    Sus pasos se detuvieron en seco al ver a unos cuantos metros, la figura conocida de alguien, y su cuerpo se tensó cuando él la reconoció. Sintió su corazón latir a prisa y no precisamente por los mismos motivos por los que latía con el capitán. Caleb de Aquémida llegó justo en frente de ella, viéndose exactamente igual a como le había visto hacía un par de meses atrás. Siempre supo que era atractivo y un caballero, pero no soportaba su presencia cerca suyo.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora