Capítulo XXII

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    Aslan estaba frente a la sala de reuniones, Hassan le había citado y tenía una ligera idea del porqué. Mataría a ese hombre, lo haría si de su boca volvía a salir el nombre de la mujer que tanto detestaba. Desde que ella se fue había insistido hasta el cansancio en que no debió dejarla sola. ¡¿Y por qué no?! ¡Ella le había traicionado! Bastante bueno fue dejándola vivir. Su sangre hervía de solo recordarlo, Miranda se fue sin siquiera pedir ayuda.

    ¡Si lo hubiera hecho él le habría ayudado!

    Y eso le hacía arder aún más, le ponía colérico el hecho de saber que si se lo hubiera pedido, estaría allá con ella. ¿Qué le pasaba con esa mujer? ¿Es que acaso no podía odiarla?

    —¿Va a entrar, majestad? —la pregunta de uno de los guardias de la puerta le hizo volver a la realidad y asintió con los labios apretados. Los portones se abrieron y como era de esperarse, del otro lado estaban los seis paladines y Hassan encabezándoles.

    Se acercó a la mesa y apoyó ambas manos sobre ella. Nadie habló, con la cara que traía Aslan a ninguno le dio ganas de decir algo, a ninguno que no fuera Hassan, que era el único que había sobrevivido a todos los arrebatos del león suelto.

    —Aslan...

    —Como menciones Jordania o Miranda, Hassan, te juro que me olvido de que eres mi amigo.

    —Bien, no lo mencionaré —asintió alzando las manos en son de paz y se relajó—. Tenemos un reino, uno muy preciado por el mineral que produce, cuya reina...

    —Hassan —musitó Aslan furioso.

    —No he mencionado las palabras prohibidas, emperador.

    Él resopló frustrado, si no fuera su amigo... Sí, si no fuera su amigo hace rato que le habría mandado a cortar la lengua por insistente. —¿Cuál es tu obsesión con ese reino, eh?

    —Ninguna, pero nosotros estamos aquí para aconsejarle. Yo estoy aquí para eso, no como su capitán de confianza, sino como su amigo.

    —Como amigo te tomas demasiadas libertades —le reprochó Aslan pero aún así Hassan no varió su postura.

    —Jordania es un estado independiente importante, y dejándoles solos has violado las leyes...

    —¡Su reina nos traicionó! ¿Qué importan las leyes? —gritó furioso, golpeando la mesa.

    —Si nos permite, majestad —intervino Çeng—, si le perdonó la vida es porque la traición también fue perdonada.

    —¡Pues no, no lo fue! ¡Quiero que muera allá y que destruyan su reino hasta hacerlo polvo! ¡No quiero verla y no quiero que nadie me hable de Jordania nunca más! —Miró a Hassan—. Última advertencia.

    —Por favor, déjennos solos un momento —pidió el capitán a los demás y ellos asintieron abandonando el lugar. Aslan bufó despeinando su cabello para calmarse, no había dormido desde aquella noche y estaba fuera de sí, no se reconocía—. Te estás equivocando en esta decisión.

    —Hassan, hasta donde tengo entendido, mi consejero y gobernador es tu padre, no tú.

    —Y hasta donde yo tengo entendido, tu amigo soy yo, no él— mustitó molesto y los ojos azules de Aslan se fijaron con furia en los oscuros de Hassan—. No estás actuando con sensatez.

    —A tu padre no parece molestarle.

    —¡A mi padre le da igual lo que le suceda a Miranda! —respondió exaltado.

    —Ah, ¿y a ti no te da igual? —preguntó sintiéndose incluso más molesto por el repentino interés de su amigo en ella.

    —No, no me da igual cuando te veo actuar como idiota. ¿Verla muerta? ¿Acaso te escuchas?

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora