Capítulo LVII

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Miran comenzó a abrir los ojos poco a poco, mientras percibía que no estaba solo y que alguien tocaba su cabello. Reconoció el olor, pero su cuerpo reaccionó de forma inesperada, dio un grito y se alejó hasta hacerse un ovillo en una esquina. Su mente estaba nublada, oía la voz dulce de alguien decirle que todo estaba bien, pero era como una alucinación para él, no creía que fuera real. Su único ojo a la vista había perdido vitalidad y su cuerpecito temblaba sin parar mientras se negaba a escuchar la voz que le llamaba; tenía miedo, no quería que le hicieran más daño.

-Angelito, soy yo -insistió Miranda, a casi dos metros de distancia.

Veía lo aterrorizado que estaba y no era para menos, los curanderos que le habían atendido dijeron que su cuerpo sanaría y que aunque quedaran cicatrices, nada sería peor que las secuelas que quedarían en su mente. Miran tenía la marca de los grilletes en las muñecas y tobillos, la monstruosa herida de su rostro no había sanado casi nada e incluso había comenzado a infectarse un poco, pero lograron controlarlo. Habían pasado tres días de que Aslan le trajo, aún estaban en Erligang, habían preferido no moverse mientras no despertara.

-Mamá está aquí, mi pequeño ángel, nadie te hará daño -dijo una vez más y recortó un poco la distancia, al ver que con el ojo que no estaba vendado le miraba como si le reconociera. Ella le tocó, Miran se estremeció, pero dejó que se acercase más hasta que logró abrazarlo. El pequeño se acurrucó en su regazo y le correspondió, sin emitir una palabra, pero ya había dejado de temblar-. Ya todo está bien, mi príncipe, mamá no te dejará solo nunca más.

Miranda escuchó como la puerta de madera se deslizaba y miró hacia atrás, viendo que Aslan había vuelto, ninguno se había despegado del lado de Miran, pero el emperador necesitaba comer algo y su esposa casi le había echado a patadas para que lo hiciera, de los dos era el que se veía peor, y no porque ella quisiera menos al niño, sino porque alguien tenía que mantener la cabeza fría ante la situación, y Aslan parecía estar hirviendo desde que volvió. Ya le habían contado la atrocidad que le hizo al rey Sadegh, y aunque estaba en desacuerdo por completo con ese nivel de violencia, comprendió que en una circunstancia así cualquier padre perdería la cabeza.

-¿Ya despertó? ¿Por qué no me llamaste? -preguntó, entrando a paso rápido y se puso a la altura de ambos.

-Acaba de hacerlo, está asustado -respondió y él observó como Miran se aferraba fuerte a Miranda, como si creyera que en algún momento le arrancarían de sus brazos. Los ojos de Aslan se humedecieron, nunca había sufrido tanto, ver a su pequeño así le dolía más que si fuera él dañado, incluso hubiera preferido serlo.

-Miran -le llamó bajo, metiendo su mano en el rubio cabello del niño quien se removió incómodo ante el contacto. Miranda le susurró que era su padre y tardó un poco, pero se soltó de ella para dejarse tomar en brazos por Aslan. Envolvió su cuello con sus bracitos y escondió su cara contra su piel, sin decir nada-. ¿Te dijo algo? -le preguntó y ella negó con la cabeza.

-No ha dicho una sola palabra desde que despertó.

Él alejó un poco al niño para verle a la cara, su pecho se oprimió más al notar que su mirada estaba vacía, que ese que estaba ahí no era el mismo Miran, era como un cascarón vacío, un muñeco sin vida.

-¿Quieres comer algo, leoncito? -le preguntó, el niño alzó la vista y solamente asintió con la cabeza.

Miranda le recordó que les habían dicho que debían de ser pacientes, que los daños sufridos eran muy fuertes como para que se recuperase tan rápido, y obvió la parte en la que les dijeron que tal vez jamás se recuperaría, no del todo.

Ambos le sacaron de allí, su padre le llevaba en brazos y fueron a un tai que había sobre uno de los lagos de la Ciudad Prohibida, el emperador Ming estaba allí, leyendo con atención una especie de papiro escrito en su idioma. Al verles llegar con el pequeño ya despierto sonrió. Los emperadores se sentaron en el suelo, sobre unos cojines, junto a la pequeña mesita sobre la cual se encontraban servidos algunos extraños refrigerios. Aslan sentó a Miran delante suyo y dejó un beso sobre su cabello mientras Miranda le ayudaba a comer.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora