Capítulo LVIII

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    Había una vez, hace mucho tiempo, un reino con dos príncipes, el heredero y su hermana menor. Ambos siempre fueron muy unidos, eran cómplices en sus hazañas y travesuras, desde pequeños eran inseparables. Su amor y fidelidad el uno por el otro llegaba más allá de lo que cualquiera podía entender, incluso si solo compartían el mismo padre. Pero un día, el emperador reclamó que la princesa fuera llevada a su presencia, pues a sus oídos había llegado la fama de su gran belleza. Al verla por primera vez el hombre quedó cautivado como si un embrujo hubiese caído sobre él, y la convirtió en una de sus concubinas, separándola para siempre de su familia y de su amado hermano.

    Los años pasaron y a los oídos del príncipe llegó la noticia de que su hermana no solo había cautivado los ojos del emperador, sino que también se había vuelto la dueña de su corazón. Era feliz y él lo era con ella, pero la felicidad en la vida de un rey es efímera, y esa vez no sería distinto.

    Hubo un gran derrumbe, uno catastrófico en el que murieron alrededor de doscientas personas entre nobles y personal de la servidumbre. Todo el imperio fue un revuelo gracias a eso y más cuando declararon que había sido vooz lo encontrado en la estructura, y por lo cual se había derrumbado, matando a toda la familia real, dejando al trono sin heredero. La vida del príncipe a partir de ese día fue a peor, tuvo que ver como su padre era condenado y asesinado injustamente, como sus riquezas eran tomadas a la fuerza y casi todo su reino saqueado. Quedó  desolado y aún más porque sabía que era una injusticia lo cometido en contra de ellos, su padre era un buen hombre, un rey justo que jamás traicionaría al imperio, y aún así le habían condenado.

    No pasó mucho cuando una noche, en secreto, su hermana llegó a sus aposentos. No podía creer lo que sus ojos veían, porque para todos ella estaba muerta. "Nadie puede saber que estoy viva", le había dicho con una de sus manos sobre su vientre que se notaba apenas abultado: "Estoy embarazada". La joven princesa cargaba en su vientre al próximo heredero al trono del imperio, sin embargo, no quiso revelarlo porque sabía que a quienes habían asesinado a toda la corte, no les temblaría la mano para acabar con ella y su bebé.

    Su hermano le pidió que se quedara en Jordania, pero se negó, sabía que si la veían y embarazada, todos sabrían que era hijo del emperador, así que el príncipe la llevó para un lugar en donde jamás sería encontrada; un circo. Allí se quedó la princesa y no volvieron a tener contacto hasta muchos años después, cuando una carta llegó a las manos de su hermano, que para esa época ya era rey, pidiéndole que dejara que su sobrina entrara a servir en el palacio, pues habían tenido problemas en el lugar donde vivían.

    El rey aceptó, y desde que vio por primera vez a la chica, sangre de su sangre, quedó encantado con ella. No sólo porque era casi la viva imagen de su madre, sino por su fuerza, era una reina en todo su esplendor, aún si no usaba corona y vestía de harapos. Desde ese momento supo que debía de hacer hasta lo imposible porque aquella niña se convirtiera en lo que estaba destinada a ser, la legítima Emperatriz...

    Para la mujer más hermosa que he conocido, y que no merezco:

    Mi bella Miranda, juro que desde el primer instante en que te vi supe que eras lo más bello creado en esta tierra, incluso si de mis labios jamás salieron tales palabras. Sé todo el daño que te hice, de lo mucho que sufrías por mi causa, por mis palabras crueles. Te pedí que no me amaras y aún asi lo hiciste, no te merecía, no merecía tu amor y mucho menos tu fidelidad. Por eso eres y siempre serás la mujer más excepcional que jamás haya conocido, pero a la que la vida me prohibió tener como me habría gustado. Sé que te dije que jamás podría verte como mujer, pero esa fue la primera de todas mis mentiras.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora