Capítulo XIV

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Porque el que se enaltece, será humillado y el que se humilla, será enaltecido.

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    El velo cayó y Miranda sentía que iba a morir, Aslan levantó su mentón y no pudo evitar cerrar los ojos con fuerza a esperas de lo que vendría. Sintió como él tensaba su agarre sobre su cuerpo.

    —¿Qué broma es esta? —preguntó Aslan exaltado al ver que el rostro que el velo había revelado era nada más y nada menos que el de Miranda— ¿Qué significa esto? —repitió, sujetando fuerte su brazo y sacudiéndola. Sentía la ira quemar sus venas. ¿Acaso era posible? La mujer que más odiaba en el mundo era la misma que le robaba el sueño, la misma que había deseado poseer todos esos días.

    Miranda no se atrevía a hablar, podía ver la furia de Aslan surcar sus ojos como fuego, temía por su vida, podría matarla y de seguro lo haría.

    El emperador la soltó con brusquedad y se alejó como si le quemara. Se sentía como idiota y no tenía idea de cómo reaccionar. Todos esos días había estado con ella, todas esas noches también. ¿Cómo rayos no lo notó? Volvió a mirarla, vio como se encogía en su lugar con miedo. ¿Acaso era posible? Miranda, quien lo desafiaba delante de todos, era la misma chica que sentía miedo cada vez que él intentaba tocar más allá de lo debido. Tenía que ser una broma, una horrible broma.

    —¿Planeaste todo esto, verdad? ¡Lo disfrutaste! ¡Disfrutaste viéndome la cara de idiota! ¡Disfrutaste cuando me arrastraba por ti! ¿Verdad, Miranda? —bramó enardecido, yendo hasta ella como una furia. La mencionada caminó hacia atrás huyendo de su ataque y acabó en el suelo al chocar con el inicio de las escalinatas. Aslan ardía de ira, quería matarla, pero no podía, ella parecía un animalito asustado.

    —Yo nunca quise esto —respondió en un hilo de voz y las lágrimas cayeron—. Yo no hice nada, no lo disfruté. ¡Usted era quien me perseguía, nadie lo mandó a entrar a donde no debía, a obsesionarse! —gritó exaltada llevando sus ojos a él— ¡No soportaba siquiera la idea, le odio y le considero el ser más despreciable del mundo! ¡Para mí era lo último hacer esto, pero usted me obligó!

    —¿Yo te obligué? ¡Tú viniste de tu propia voluntad! —respondió insultado ante su acusación. ¿Cómo se atrevía? ¡Ella le había visto la cara de idiota todo ese tiempo!

    —¡Usted iba a abusar de Samara! —Se puso en pie para enfrentarlo—. Usted iba a mandarla a llamar y a obligarla a que se acostara con alguien que no la quería, que al día siguiente la desecharía como un trapo. Y yo solo quería detenerlo. ¿Y qué mejor que darle lo que tanto deseaba? ¿Acaso no quería a su ángel? ¡Pues eso fue lo que le di!

    Él le agarró del cuello cuando, estaba furioso; pero no pudo apretar. Era un castigo, aquello era un castigo por lo que le había hecho, el destino se había burlado de él de la peor manera y justo en sus narices. Recordó aquel encuentro con Miranda luego de la primera noche en que le bailó, recordó lo que le dijo, recordó su mal estado. ¿Cómo no lo vio? ¡Era obvio que eran las mismas! ¿Y su forma de hablar? ¿Acaso aquel ángel no se lo había dicho esa noche cuando estaba borracho? "Algunos dicen que está hecha de fuego". ¿Quién más tenía ese sobrenombre si no era Miranda?

    —Esto tiene que ser una broma. —Bajó su mano de su cuello, acariciando con la yema de sus dedos su tersa piel, aún con el rostro de Miranda la seguía deseando, la quería—. Tiene que ser mentira. ¿Cómo puedes ser ella?

    —Lamento romper sus sueños, emperador, pero somos la misma, siempre lo hemos sido y no se preocupe, nunca estuvo en mí el deseo de humillarlo, ni con este tema, ni con ningún otro.

Emperatriz (Libro I Bilogía Imperios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora