XLVII - El precio de las calabazas

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Saeran suspiró

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Saeran suspiró. Aunque siguiera intentando poner en marcha el coche, el motor de arranque no respondía. Se bajó del vehículo y levantó el capó. No era mecánico, pero tal vez pudiera solucionarlo si no era una avería grave.

Entre tanto, las preguntas de Erin se amontonaban al no recibir respuesta. La señorita se había bajado tan pronto él lo hizo, y le había seguido hacia el morro del vehículo.

Pero el resultado era casi el mismo. El vehículo no respondía y la paciencia de Saeran estaba a punto de llegar al límite.

—Si no dejas de hablar no puedo pensar. —Gruñó.

Erin sabía que Saeran tenía un temperamento difícil. Sabía también que a veces decía cosas muy feas, pero que realmente no tenía la intención de hacer daño con sus palabras.

—Perdón.

Entonces el muchacho sintió un ardor repentino en el pecho. «No tenías que haberle hablado asi» se dijo, claro que en ningún momento le pidió disculpas.

—No tengo ni idea de qué pasa. —Cerró el capó—. Pero no va a funcionar.

Erin pasó saliva, no se atrevía a hablar. Saeran parecía bastante irritado. Sin embargo, el silencio que se había instalado entre los dos era demasiado incómodo.

—¿Nos hemos quedado tirados?

—Pues eso parece. —Bufó. Cerró el coche con la llave y echó a andar—. Tendremos que ir al hostal.

Un hostal. Pasar la noche allí.

Erin sintió la urgente necesidad de esconderse en el maletero del vehículo y no salir hasta que amaneciera. «Tendremos que ir al hostal» escuchaba continuamente, haciendo eco en sus pensamientos.

—¡Podemos pedir un taxi! Y una grúa puede remolcar el coche averiado.

Saeran la miró con el ceño fruncido.

—¿Sabes lo caro que es eso? Como tengamos que pagar una grúa hasta casa, olvídate de abrir la floristería este mes. Y el taxi más de lo mismo. ¿Con que vamos a pagar la luz? ¿Y el agua? —Erin agachó la cabeza—. Y no te olvides del dineral que te has gastado en semillas y calabazas.

Los orbes claros del chico repararon en la tristeza del rostro de Erin. Saeran suspiró, dando por finalizada si regañina.

—Tú... no tienes la culpa. —Se rascó la nuca—. Es algo que no tiene solución ahora mismo. Una noche en un hostal no debería ser tan costoso. Mañana hablaré con el dueño, seguro que tienen algún mecánico que pueda ayudarnos.

—T-Tienes razón... —Se dio por vencida—. Tampoco es culpa tuya.

La castaña se armó de valor para seguirle el paso a Saeran.

La castaña se armó de valor para seguirle el paso a Saeran

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El amor a través de ti - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora