XXIV - El que nunca fue un héroe

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Saeran regaba las flores como de costumbre

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Saeran regaba las flores como de costumbre. Echaba de menos, eso sí, la presencia de su jefa merodeando a su alrededor.

Seguramente tenía una explicación, pero ni siquera había tenido la oportunidad de hablar con ella. Erin
Había llegado tarde aquella mañana, insusualmente nerviosa y agitada por tener las vitrinas sucias mientras se acercaba la hora de la apertura. Jamás se había subido a la escalera con tanta velocidad para limpiar los cristales. Subía, y bajaba. Limpiaba una parte de la cristalera y volvía al suelo, desplazaba la escalera y continuaba con el mismo sistema, sin dejar de balbucear quién sabe qué cosas.

Erin estaba fuera de sí y Saeran iba a ahogar a las plantas si seguía mirándola de reojo en lugar de concentrarse en su tarea.

—Mierda. —Musitó.

Se había quedado sin agua en la regadera, algo también, inusual. Normalmente calculaba las cantidades con exactitud, y esta vez no había sido diferente. El error estaba en haberse quedado mirando a la castaña en lugar de controlar el agua que echaba. Como resultado, ahora le tocaba ir a llenarla.

Se alejó de los helechos y caminó con la mirada en sus pies, en las baldosas y en la arena sin barrer. Evitaba mirar a Erin, ya que por su culpa había terminado por hacer mal su trabajo.

La muchacha terminó de limpiar otro trozo del cristal y apresurada intentó regresar al suelo, a tanta velocidad que se resbaló de un escalón. No sentir nada sólido debajo de los pies estaba acabando con su tranquilidad. Intentó agarrarse a la escalera, pero esta se vino abajo con ella.

—¡Santos cielos, no!

Chilló y cerró los ojos con fuerza. Tenía miedo del golpetazo, pero este nunca llegó. En su lugar, escuchó el porrazo que se dio la regadera contra el suelo. Abrió los ojos aturdida al sentir el brazo firme de Saeran por detrás de su espalda y acoplado a su hombro. Con la otra mano sujetó la escalera ágilmente, antes de que se les viniera encima.

—¿Estás bien?

Empujó la escalera hacia atrás para colocarla en su lugar. Erin estaba ilesa, y todo gracias a la rápida acción de Saeran.

—Gracias a ti, si. ¡Justo a tiempo, como un héroe!

El albino frunció el ceño y resolvió los cabellos castaños de Erin.

—Deja de decir tonterías y vuelve al trabajo. —Gruñó—. Y hazlo bien, no con prisas.

—Bien, bien. —Sonrió—. Gracias.

—Ha sido suerte.

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El amor a través de ti - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora