LXVII - Aguileñas

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Habían llegado

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Habían llegado. Unos días más tarde de lo que había estimado, considerando que era bastante meticuloso con los cálculos. No solía fallar. Más bien; nunca antes había fallado, y tras lo que pasó ayer con Erin las cosas estaban... raras.

Quizás lo mejor era dejarlo para otro momento. Cuando todo volviera a ser normal.

Erin regaba los helechos, que era habitualmente una tarea de Saeran.

Lo cierto es que Erin hacía como si nada. Por primera vez, parecía incapaz de admitir que algo no andaba bien. O al menos, no como siempre.

«Mejor las guardo» pensó. Justo entonces, el teléfono sonó. Saeran suspiró, y dejó el pequeño sobre con estampado de hojas verdes en el mostrador, para poder atender la llamada. Era muy habitual que los clientes llamaran para reservar ramos o centros de flores.

Mientras anotaba el pedido, se fijaba en como la castaña regaba y regaba. Y el tiempo pasaba lento. ¿Estar en la floristería se había vuelto aburrido?

Poco después colgó el teléfono. Al devolver la vista al frente se encontró con ella, que apenas le veía a los ojos.

—¿Qué es esto?

Señaló el sobre de semillas. Saeran no sabía si realmente se debía a curiosidad, o a qué no sabía de qué hablar con él. Sus ojos esquivos no le dejaban comprobar cuál era la verdad.

—Semillas. —contestó lo evidente.

Ella había preguntado. Era una buena oportunidad. Pero ya había desistido, y la razón era cada vez más inclemente.

—Eso ya lo veo. Son pocas. ¿Para qué son?

«¿Qué le digo? ¿La verdad o...?» debatió internamente. Hasta que de pronto, los ojos de Erin se cruzaron con los suyos.

—Son aguileñas. Había pensado en sembrarlas juntos.

A Erin le tembló la mano con la que sujetaba el sobre de las semillas, que se estampó en el mostrador.

—Se que es difícil. Lo va a ser. —añadió—. Pero estoy tan seguro de que nos saldrán unas flores preciosas. Si tú quieres, podríamos...

Antes de que pudiera decir algo más, Erin le interrumpió.

—Lo siento.

Sin decir una palabra más, se dio media vuelta y huyó hacia la trastienda. Saeran, con un nudo de ansiedad en el pecho, la vio desaparecer de su vista.

«¿Por qué?»

«¿Por qué?»

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El amor a través de ti - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora