VII - Dalias

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Miércoles

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Miércoles. El camión de reparto estaba estacionado en la calle que daba a la parte de atrás de la tienda, para descargar las flores que Erin había encargado aquella semana.

El repartidor se había parado a hablar con la dueña de la floristería despreocupadamente. Saeran no quería revolotear alrededor de esos dos, pero necesitaba meter las flores en la tienda. No tenía nada que hacer, y se aburría.

—Si hubiera sabido que buscabas un empleado, habría venido corriendo. —dijo el chico, poniéndose la gorra hacia atrás—. Si buscas más personal, ya sabes donde estoy.

—Es muy amable de tu parte, pero no te molestaría sabiendo que tienes tu propio oficio. Además, Saeran me ayuda muchísimo.

El ojiazul arqueó una ceja.

—Que no te preocupe nada de eso. Trabajar contigo sería mil veces mejor que repartir flores por toda la ciudad.

Los ojos de Erin se posaron en aquella cabecita blanca, entrando al interior del camión. Saeran continuaba descargando las flores mientras ellos dos charlaban. No perdió ni un minuto más y subió al maletero, dispuesta a ayudar a su empleado.

—Señorita Erin, por favor no. —Subió también. —Yo me ocupo de trasladar las plantas.

—Descuida, es el último.

Erin tomó el ramo que quedaba y bajó del camión detrás de Saeran, mientras repartidor se preguntaba en qué momento habían descargado las flores. Erin le despidió y regresó a la trastienda para comenzar con la etiquetación.

—Gracias por bajar las flores, no era tu trabajo y lo has hecho sin que te diga nada.

—Ya.

—¿Te parece si empezamos a etiquetarlas?

—Sí.

Saeran no era muy hablador, pero el tono amargo con el que hablaba no era habitual. Su mirada era más frívola de lo normal, y apretaba los labios como si no quisiera decir nada. Erin era incapaz de dejarlo pasar.

—¿Sucede algo? ¿Estás molesto?

—Sí.

—¿Puedo saber por qué?

—Ese tío solo parloteaba, y por eso me ha tocado hacer su trabajo.

—Yo... lo siento. —Bajó la mirada—. Si no le hubiera dado conversación, se habría puesto a descargar las flores.

No era cierto, y Saeran no era imbécil. Ese tipo no habría apartado sus ojos de Erin a no ser que no le quedase tiempo suficiente para terminar su reparto.

Pero eso a él le daba igual.

—Azul. —Añadió el albino—. El ramo que tienes ahora son Dalias azules.

—Oh. —Recuperó su sonrisa amable—. ¡Las traen de importación, desde México! ¿Lo sabías?

Saeran emitió un sonido con la garganta para advertirla de que la estaba escuchando, y Erin continuó hablándole de flores. Sólo cuando hablaba de ellas, su voz parecía menos molesta.

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El amor a través de ti - Mystic MessengerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora