Achares

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El sol salía en las primeras horas de la mañana y María sentía un dolor en el estómago, todos los carruajes estaban más que listos para partir a sus respectivos hogares, unos tardarían unos días más en llegar que otros, pero aprovecharon el mejor tiempo de Octubre para volver, pues sabía que la nieve que Noviembre traería consigo impediría cualquier viaje de larga duración. Las reverencias se apartaron y en su lugar se implantaron los largos abrazos de despedida. 

-La próxima vez eres tú la que tienes que venir a vernos, tienes que conocer a tu nuevo sobrino.-comentaba su hermana Amelia antes de subir al carruaje mientras posaba las manos sobre su vientre. 

-Así será, no tengas la menor duda querida hermana.

Las jóvenes se dieron un largo abrazo y un par de lágrimas se escaparon de los ojos de las dos. Tras recobrar rápidamente la compostura, la joven subió a su carruaje y este partió pues con suerte, los niños seguirían dormidos unas horas más. La siguiente fue su hermana Isabel, ella no tenía niños a los que atender, pero debía llevar a Maximiliano de vuelta a casa. 

-Su majestad, ha sido un honor estar en su humilde hogar.-bromeó la adulta haciendo una corta reverencia. 

-El placer es mío, señoría, prométame que rezará por mí.

-Le prometo que intentaré rezar alguna vez más en mi vida, aunque no puedo prometer nada.

Ambas rieron y se abrazaron de nuevo, tras una pequeña reverencia a Auguste entró en el carruaje. El viento frío hacía que sus manos se sintieran congeladas, pero hasta que el sol no volviera a su punto más alto, sabía que las bajas temperaturas sería lo que acompañarían a Versalles durante el resto del año. 

El joven austríaco se colocó delante de los reyes y se posó sobre una rodilla en forma de reverencia. 

-Majestades, gracias por su servicio. 

-El honor ha sido nuestro.-respondió Auguste de manera educada. 

-Te has convertido en todo un caballero.-sonrió María mientras estiraba la mano para que su hermano besara sus nudillos.

El joven lo hizo, se levantó de nuevo mientras inflaba su pecho de aire. Sonrió levemente y abrazó a su hermana, este hacía muchos años que había dejado de ser el pequeño de la familia y era igual de alto que el mismo monarca. 

-Voy a echarte de menos.-dijo el joven. 

-Yo a ti también.-confesó la reina.

Auguste miraba a su familia con un pinchazo en el pecho, María lo había dejado todo atrás para ir hasta Francia y convertirse en reina, no sabía si él en algún momento hubiera sido capaz de hacerlo. El monarca se aclaró la garganta y cogió aire para hablar. 

-Maximiliano, ¿No le gustaría quedarse en Francia? Estoy seguro de que aquí puede tener una larga carrera profesional como capitán o como filósofo, he oído que es una de sus pasiones. Puede tomarlo como un viaje de estudios, por supuesto, solo si su majestad está de acuerdo. 

Aquellas palabras hicieron que la ilusión de María subiera por los aires, Max miraba al rey como si acabara de ver a Cristo recién bajado del cielo, su hermana Isabel sonreía desde el carruaje llena de felicidad, pues sabía que en Austria no tendría nada que hacer.

-Su majestad, se lo agradezco muchísimo, le prometo que estaré bajo sus órdenes y que no haré nada que pueda molestarle. 

Auguste asintió y el joven miró a su hermana de nuevo, sus hoyuelos se marcaron de forma exagerada y la reina acarició su mejilla en un gesto maternal. El reciente caballero se apartó del camino quedándose a un lado de sus sobrinos. El carruaje de Isabel partió una vez las maletas del joven fueron retiradas y dio paso al último carruaje, el más doloroso. 

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora