La noche de anoche

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En aquel beso, tanto la reina como el marqués bien sabían que lo que estaban saboreando no era otra cosa que algo prohibido, nuevo y adictivo. Lafayette era un hombre con mucha experiencia y aquella forma de besar resultaba completamente encantador, fascinante y cautivador. Cuando separaron sus labios apenas tardaron unos segundos en volver a unirlos de forma algo más violenta y lasciva, la lengua del adulto pasaba por su boca como si quisiera devorarla, pero sin prisas ni fatigas, el sabor agrio del whisky mezclado con el suave y dulce de su saliva lo hacían irresistible. Como si ambos hubieran nacido con el único propósito de besarse.

El marqués se alejó de ella, no tardó en percatarse de lo que estaban haciendo, negó con la cabeza y se levantó rápidamente del asiento.

-Majestad... Dios mío. Pe... Perdóneme. Ha sido culpa del...-el marqués maldecía mientras llevaba sus manos a la cabeza de manera desesperada.

María miró al suelo, ella tampoco estaba siendo consciente de sus actos, se aclaró la garganta y se levantó alejándose lentamente.

-No... No se preocupe.

El marqués se quedó callado por un momento, suspiró y negó con la cabeza de nuevo.

-T... Tengo que irme, adiós majestad.-dijo haciendo una reverencia.

La ausencia del marqués dejó a la reina aún más desolada que al principio, si se relamía los labios aún podía sentir los restos de su sabor. Negó con la cabeza y miró al fuego, pero de este solo quedaba el humo y un profundo olor a ceniza. Subió a su habitación de manera lenta, como si aún pudiera exprimir ese momento un poco más, pero aunque sus pasos eran lentos, llegó. Se tumbó en la cama y dio vueltas sin parar, sabía que no conseguiría dormirse, incluso con el relajante sonido de la lluvia y las sábanas calientes recién planchadas sabía que pasaría toda la noche mirando hacia el techo.

Desconocía cuanto tiempo había estado girando sobre el colchón por lo que decidió bajar a por una taza de té o un vaso de leche, si es que había algo que pudiera tomar. En cuanto abrió la puerta, vio al marqués con su chaqueta en la mano, parecía haber venido del piso de abajo. Se miraron de manera incómoda, María giró la cabeza para no verle.

-¿Necesita algo, majestad?-preguntó el marqués como era debido.

-No, no se preocupe.-entonces lo miró.-¿Vos necesitáis algo?

Él negó, las miradas se mantuvieron por unos instantes, como agua a punto de ser hervida, primero se calentaba hasta que comenzaba a evaporarse y cuando llevaba a la temperatura adecuada empezaban a salir burbujas del final de la olla hacia arriba. Nadie podía negar que aunque fuera probablemente la gente pudiese llegar a altos niveles de hipotermia, en ese pequeño pasillo color burdeos decorado con una infinidad de cuadros y muebles de terciopelo la temperatura subía sin cesar.

Las miradas parecían estar hipnotizando el uno al otro, sentían su corazón aporrear su pecho, incluso su órgano más importantes parecía gritarles ¡¿A qué esperáis?! Pero ambos estaban más que acostumbrados a reprimir sus emociones, a llorar sin derramar una lágrima, a gritar sin hacer ruido e incluso a fingir admiración o amor cuando no lo hacían. Y sin embargo ahí estaban, como si hubieran llegado a un laberinto sin salida, como si no quedasen opciones, no podían permitirse volver a reprimir emociones otra vez, a dejarlo pasar como tantas veces les había pasado.

-Buenas noches, majestad.

El marqués se acercó a ella, cogió su mano y besó sus nudillos como solo él sabía hacer, aquel tacto, aquellos labios posándose tan delicadamente sobre sus huesos, con tanta dulzura, hacían que María sintiese un choque eléctrico desde su mano hasta su cuerpo.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora