Recíproco

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Las herraduras de los caballos impactaban sobre las piedras que creaban el camino, los soldados caminaban con disciplina y orden, los reyes y la familia real saludaban a sus súbditos llenos de energía, las calles principales de París los acogieron con amor y energía.

Pero no fue así en la zona oeste de la capital. La sonrisa de María fue desapareciendo conforme llegaban hacia el final del trayecto. Sí, muchísima gente los esperaba, pero el furror en el ambiente era mucho menor, María se fijó en una madre que miraba sin ninguna emoción en el rostro hacia el carruaje. Tenía el pelo rubio, muy poca cantidad y este estaba visiblemente sucio, llevaba a un niño de un año desnutrido en brazos mientras los que parecían ser sus hijos miraban hacia el carruaje con la misma expresión. En su mirada no había más que vacío y dolor, y esa sensación se repetía en casi todas las personas allí presentes.

María recordaba su coronación, cuando el pueblo la aclamaba y la quería, un matrimonio joven dio esperanza de un cambio a la población, pero esta esperanza parecía haber desaparecido. Los criados lanzaron flores a la población, pero nadie parecía ilusionado. Uno de los niños agarró uno de los tulipanes del suelo para verlo mejor, y aunque María sonrió con los ojos al ver como aquel niño apreciaba la belleza de la flor, su rostro cambió de nuevo cuando el niño se llevó los pétalos a la boca.

La joven miró hacia un lado sintiéndose la peor persona en el mundo, cerró los ojos con fuerza e intentó mantener la compostura. Auguste miró hacia su esposa y colocó la mano sobre su muslo.

-¿Estás bien?

María asintió rápidamente y volvió a ejercer su papel de reina, miró hacia esas personas con el corazón encogido y sonrió mientras movía la mano a modo de saludo. ¿Qué habían hecho?

El desfile se entendió como un éxito, pero aún más lo fue el banquete real. Todo el mundo en Versalles bailaba, sus extravagantes joyas y vestidos relucían en el gran salón, María, sentada a la derecha de su esposo apenas había probado bocado.

No muy lejos de allí, el marqués de Lafayette se encontraba quieto al lado de la mesa donde servían los aperitivos, una copa de whisky y un puro entre sus dedos significaban como siempre que no estaba por la labor de entablar ninguna conversación. Su vista estaba perdida entre las parejas que bailaban animádamente. Sin darse cuenta, sus ojos volaron hacia su majestad, esta también tenía la mirada perdida y en el poco tiempo que habían intimado, Gilbert sabía que algo pasaba con María, sus cejas caían con tristeza y apenas había tocado nada de comer. Ella tampoco se dio cuenta, pero entre toda la multitud, la primera persona a la que sus ojos encontraron en el momento en el que levantó la cabeza, fue a él. Sus miradas se cruzaron rápidamente y ambos se dedicaron una sonrisa tímida.

Ambos volvieron a perder la mirada, pues solo aquel gesto sabían que podía ser visto por los ojos equivocados. Gilbert sintió una presencia a su lado, no quiso girarse, pero su instinto le decía que no sería alguien que se alegraría de ver.

-El desfile ha sido un éxito, le felicito, marqués.

La afilada voz del ministro se metió en su oído como una aguja, el marqués levantó la barbilla y asintió con la cabeza.

-Así es.-respondió con sequedad.

-Usted y la reina tuvieron una buena idea.

Entonces el marqués sintió una pequeña tensión en su nuca sabiendo que el ministro sacaría cualquier detalle para continuar su misión, fuera esta cual fuera. El marqués sabía controlar su cuerpo y su lengua al milímetro, pero sabía que no era buena idea subestimar a Blaisdell, el zorro de Versalles.

-Gracias, mi señor.-respondió Gilbert de nuevo.

-Aún no me he disculpado por haberles interrumpido... Su charla. Es obvio que estaban en algo importante cuando su majestad y yo llegamos.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora