Noche en Versalles

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María levantó la vista para que sus ojos conectasen con los de él, haciéndola perder el aliento momentáneamente. 

-Majestad, por Dios, discúlpeme.

Gilbert se retiró rápidamente de su lado verificando que la joven se encontraba bien. María no contestó, solo miró hacia otro lado, sentir la mirada de él sobre ella le helaba la sangre. No quería verlo, quería olvidarse de todo, como si nunca hubiera existido. Las manos pasaron entonces de manera rápida a sus guantes de algodón que cubrían sus manos. Aquellas ásperas y masculinas manos que habían acariciado cada parte de su cuerpo en las noches, que la habían enloquecido hasta el más puro estado de imprudencia al tratarse de su propia reina. 

Mentiría si dijera que no moría por besar sus labios en un movimiento animal y sin pensarlo demasiado.

-No se preocupe.

Aquel incómodo encuentro les provocaba una extrañísimas sensaciones, unas de las que no podían despegarse y que ni siquiera podían ignorar, como estaban acostumbrados. Estaban pegadas a su espalda como si de la piel se tratara. 

Los dos se separaron rápidamente volviendo a sus asuntos con una extrañísima sensación en el pecho. María volvió con sus familiares evitando a toda costa quedarse a solas con Gabrielle pues sabía que su amiga le preguntaría qué había pasado y la reina aún no se sentía preparada para aquello.

-Madre, ¿Puedo enseñarte qué he aprendido a hacer?

María miró hacia abajo mirando a su pequeña, la reina asintió con una sonrisa y esta corrió hacia el piano. Todos se quedaron en silencio al ver a la joven princesa a punto de tocar el piano. Auguste se colocó al lado de María mirando a su hija como si fuera un tesoro. Esta colocó las manos sobre las teclas y comenzó a tocar, no fue realmente complicado, pero lo hizo sin equivocarse en una sola tecla. 

Todos aplaudieron al final y la pequeña se giró sonriendo volviendo casi corriendo hasta su madre mientras abrazaba sus piernas. Esta no parecía querer volver a dejarle ir nunca.

-Ha sido precioso, cariño.-la felicitó la reina mientras acariciaba su pelo. 

-Padre me ha enseñado.-contestó sonriendo.

Todas las miradas cayeron sobre Auguste que se puso rojo al instante, se rascó la cabeza forzando una sonrisa mientras le daba la mano a su hijo que no se separaba de él. María sonrió, Auguste era un hombre tan dulce que apenas era creíble, durante todo el tiempo en Austria había escuchado a sus hermanas quejarse de sus maridos, de como le eran infieles casi a diario, de como pasaban las noches fuera y de como discutían sin cesar. Pero María no podía casi ni recordar ninguna discusión, su marido se iba a la cama temprano y despertaba para trabajar en el taller. Era consciente de que era uno de los hombres más buenos de todo el mundo y que de quizás... Solo necesitaban otra oportunidad. 

Varias horas después, María decidió acostar personalmente a sus hijos para compensarles el tiempo fuera, después de leerle a Teresa, cogía con dificultad a su pequeño pues este era demasiado grande como para tenerlo en brazos como a un bebé. María caminaba lentamente por la habitación mientras su hijo cerraba los ojos con dificultad. La joven besó su mejilla y sonrió, el parecido con padre resultaba fascinante pues parecía que ella se había limitado a parirlo sin aportar nada más. Cuando por fin se quedó dormido lo dejó en su cama para arroparlo. 

Salió de la habitación viendo que todos los invitados debían encontrarse en el gran salón preparados para la cena. La joven suspiró, por una vez en su vida no sentía fuerzas para salir de fiesta.

Miró hacia el frente al sentir la habitación de su hija abrirse, vio a Auguste salir de ahí cerrando la puerta con cuidado, sus miradas se cruzaron, en otras circunstancias probablemente se hubieran abrazo y besado, pero no aquella vez, solo se dedicaron una mirada incómoda.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora