Lo siento

133 16 8
                                    

Después del largo almuerzo, María pasó el día con sus hijos en el jardín. El almuerzo había sido más tenso de lo normal, no solo por lo recién ocurrido con Gabrielle, aunque todos los invitados hablaban animadamente saboreando todo tipo de delicias culinarias, María sentía una presión muy fuerte en el pecho. Gilbert no apareció excusándose en el trabajo como la mayoría de los nobles preferían hacer. Sin embargo, sí podía sentir la mirada de Blaisdell. Incluso cuando las pupilas de este no la miraban directamente a ella.

El humeante té descansaba sobre la preciosa taza de porcelana. Sus damas de compañía acompañaban a María en silencio, la joven tenía la mirada completamente perdida en el horizonte. El enorme lazo de su sombrero se movía con delicadeza gracias a la suave brisa que corría.

-Traigan por favor la ropa de abrigo de sus altezas reales.-pidió María sin mirar a ninguna de las jóvenes.

Las chicas se levantaron obedientes y se dirigieron hacia el interior de palacio para dar la orden. A su lado aún quedaba la joven María Teresa, a la que todos llamaban Teresa, la prometida de Carlos. Esta le dedicó una sonrisa amable a la reina al sentir su mirada sobre ella.

-¿Tenéis frío, majestad?-preguntó la joven.

-No, querida. Estoy bien. ¿Podrías buscar a la princesa? El delfín no va a poner ninguna pega en ponerse el abrigo, pero Carlota es un suplicio.

-Enseguida, majestad.

La joven se levantó y se alejó junto a los caballeros que la acompañaban velando por su seguridad en busca de sus altezas reales que se encontraban montando a caballo no muy lejos de allí.

María suspiró abanicándose de manera casi automática, pues la brisa que corría era mucho más agradable que la que creaba el abanico.

Al sentir una presencia tras ella, giró la cabeza rápidamente. El marqués de Lafayette se encontraba allí, pero ya no tenía el brillo en los ojos que siempre tenía al verla. Por el contrario, sus ojos casi parecían perdidos.

-Majestad.-saludó el marqués besando sus nudillos mientras le regalaba una prohibida caricia a la palma de su mano protegida por un guante de seda.

-Marqués de Lafayette.-saludó la joven.

Después de las formalidades, Gilbert suspiró pesadamente, su mirada se fijó en la porcelana que adornaba la mesa mientras colocaba las manos detrás de su espalda en una postura recta.

-He... Estado pensando, majestad.

-Por favor, no me llames así.-susurró la joven sintiendo un leve pinchazo en el corazón.

¿Porqué todo el mundo tenía que irse? Pues bien sabía que lo que el marqués estaba haciendo era una despedida. Tuvo la misma sensación al despedirse de Fersén y la última conversación con su hijo. Era como una pesadez en los hombros que la agobiaba hasta el punto de sentir que se echaría a llorar.

-María.-siguió hablando el marqués.-Quería decirle... Que lo que estamos haciendo está sumamente prohibido y...-el adulto realizó una pausa para coger aire.-Y aunque seáis la persona a la que más he amado en este mundo... Debemos finalizar nuestros encuentros.

Si María no se hubiera tomado el tiempo de conocer el lenguaje no verbal del marqués, seguramente se encontraría furiosa de la frialdad con la que Gilbert hablaba. Pero ella lo había conocido en este tiempo de todas las maneras posibles. Tenía la mirada en un punto fijo, pues no estaba de acuerdo con lo que estaba diciendo, pero conocía su deber y su honor, y eso era más importante para el marqués que cualquier otra cosa. Incluso muy por encima de su propia felicidad. Sus manos estaban apretadas detrás de su espalda. Aunque la reina no veía su piel, sabía que se estaba dando quizás un pellizco, así su cerebro se enfocaba en el dolor físico, y él podía dejar de lado el dolor emocional que sentía y le quemaba.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora